Nueva York, 2008
Descansaba de la jornada diaria en el Pen Club, cuando me avisaron que tenía una llamada internacional. Sorprendida por el hecho me dirigí a la cabina y una voz desconocida, luego de confirmar quien era yo, me preguntó que si quería una auténtica chiva internacional. —Obvio, le contesté.
—Pues alístese y reclame mañana en el aeropuerto pasaje hacia Madrid, España. Allí la esperan con sus reservas de hotel y dinero. No traiga cámara, ni ayudante de cámara, o cosa por el estilo.
Sorprendida me fui a la casa, pero antes, desde el Club, llamé a la agencia en el aeropuerto y me confirmaron mi ruta, horario y pasaje, para reclamarlo al día siguiente. Dicho y hecho, y hete que al día siguiente a las 19 horas ya estaba en el aeropuerto de Barajas, en Madrid.
Una joven francesa me esperaba y se acercó brindándome ayuda con la maleta a la vez que me conducía a un auto que nos esperaba en el aparcamiento. Mientras nos dirigíamos al hotel me fue imponiendo de la ruta que seguiríamos. La próxima meta sería —al día siguiente, claro está— el Perú. Y llegamos al Aeropuerto Jorge Chávez de Lima, donde hicimos enlace hacia la ciudad de Iquitos, en el departamento de Loreto. El viaje fue agotador y pernoctamos esa noche. A la mañana siguiente mi guía había desaparecido con todo mi equipaje, excepto el pasaporte. Pero en cambio, me dejó ropa nueva, reloj, zapatos y otras pertenencias. Todas me las entregó Celmira mi nueva guía, quien me explicó que eran medidas de seguridad, mientras pasaba por mi cuerpo un detector de chips GPSs.
Satisfecha al no encontrar nada, me dijo que saliéramos del hotel, frente al cual ya nos esperaba un auto lujoso en el cual nos desplazamos del Hotel Sheraton por la Avenida La Marina. Nos condujeron al norte, por una vía pavimentada, la que abandonamos cuatro horas después, donde, en una carretera destapada, nos esperaba un viejo campero Land Rover, el cual nos llevaría a un nuevo destino, que, para más veras, aún desconocía. Viajamos toda la noche por una ruta infernal en la que a cada brinco que daba el ese trasto parecía que se me salían los riñones. A las cinco de la mañana llegamos a un río, en el cual subimos a una lancha, que se dirigió rápidamente corriente abajo. Dos horas después, y aún en ayunas, llegamos a un pequeño puerto, en el que subimos a unos caballos y nos internamos por la selva. Una hora más tarde arribamos a un destapado, donde nos esperaba un helicóptero. Cuatro personas más estaban en el lugar. Sin mediar palabras nos condujeron a la nave, que ascendió rápido y se internó sobre la selva. Ahí nos anunciaron que íbamos a ser testigos de un gran acontecimiento: la Gran Conferencia Nacional de las Farc.
Los otros compañeros eran Francois Poqamér, del prestigioso matutino parisiense “Toute la merde”, tan veraz como la prensa bobombiana. Igual, nos acompañaba el colega Gusaniño Purosapi, del diario carioca “Chismoes em voz baixa” y, el periodista japonés Yoqui Trampiaba, para la Cene Nene, una cadena televisiva de gran audiencia. A renglón seguido nos ofrecieron un frugal desayuno y nos dieron disculpas por las molestias que habíamos soportado durante el viaje. Todo era por la seguridad de nosotros mismos y “del gran evento democrático que se realizaría.” Luego, cada uno recibió un portátil nuevo, de los mismos que comerciaba el célebre guerrillero muerto por equivocación de la aviación colombiana. Igual nos dotaron de cámaras fotográficas y grabadoras, papel, lapiceros, y todos los implementos necesarios para nuestra labor.
A las doce ya estábamos en el campamento, a la una, ya almorzados, dejamos nuestras cosas en el cambuche de los periodistas, y a las dos se inició la tan esperada reunión. Cien delegados, incluidos los del secretariado. Con un equipo de protección de cuatrocientos hombres, y una supuesta área de máxima seguridad pues nos hallábamos en una zona aislada en el triángulo entre Brasil, Colombia y Perú.
Se cantó el himno nacional de Colombia, el de los otros dos países pues ni ellos mismos sabían donde estábamos —creo que era por despistarnos— y el himno fariano, al que le agregaron una nueva estrofa: El gobierno Uribe correr no nos hará/ y al gringo menos le tememos/ pues el gran Chávez nos ayudará./ Lararín, lará, lararín, lará. Seguido fue la lectura del orden del día, que aprobaron por unanimidad.
Que sentía vergüenza con lo que el gobierno había publicado de ellos, pues se mostraba que las FARC (EP) eran un grupo limosnero, pidiéndole prestado 100 millones de dólares a Kadaffi —para pagarlos en cinco años—, vendiéndole barata la imagen a Chávez y a Correa. En fin, que “dónde estaban los miles de millones de la droga que se supone tamos ganando”, mientras miraba con sus ojillos de marrano arisco hacia los otros comandantes farianos. “Esta joda no puede seguir así”, dijo, "pues nuestra inmaculada imagen revolucionaria no se debe devaluar tanto”. Luego habló de montar una franquicia con la marca FARC (EP). Se le cobran derecho por emplear el nombre a los extorsionistas que lo quieran usar para conseguir plata. Y que a Chávez se le deben cobrar por lo menos dos mil millones de dólares para referirse a ellos.... “pues cada vez que lo hace nos desprestigia.” Y aclamaron la propuesta de establecer una franquicia, para cobrarle a todos, incluido Sarkozy.
Por último, se refirió al "tal polvo de uramio que dizque iba a comprar el camarada Reyes. Pues si el uramio es tan peligroso como dicen hay que comprarlo. Pero no para hacer bombas sucias. Nada de mugre. En cambio, si se lo echamos a una represa como la del acueducto de Nueva York causamos más daño que con una bomba. Ahora toca terroristiarnos en grande, a ver si nos toman en serio".
Posteriormente hablaron los demás del secretariado y varios líderes de frente, quienes propusieron unos cambios decisivos en la estrategia de las FARC (EP), y en las medidas tácticas que se deberían tomar. Entre ellas, llamó la atención la de “todo mundo para dormir debía tener un hueco”, aunque alguno propuso no dormir pues todos habían muerto en la cama. Esta idea no la aceptaron totalmente, y llegaron a un acuerdo: “Hay que dormir con un ojo pelao”. Y que por los problemas de las recompensas era mejor “tener un jefe de seguridad muerto que un vivo que cobre la recompensa”, y que para estar tranquilos era mejor secuestrar las familias de los jefes de seguridad. La Asamblea duró varios días más, en un franco ambiente de camaradería en el que nadie soltaba su arma ni daba la espalda, y a nosotros los periodistas nos cuidaban más que a secuestrado encadenado.
Pero, ya me lo temía, no todo podía terminar felizmente. Tenía más de una hora dormida, cuando una gran explosión atronó el espacio. La aviación, pensé inmediatamente. El olor a era insoportable. Aterrada, me levanté, abrí los ojos y lo vi a él, a mi marido, boquiabierto, ajeno a todo. El muy desconsiderado no me creyó que sólo Álvaro Uribe tiene barriga para tragarse en la noche una bandeja paisa con fríjoles, chicharrón y pata de cerdo, sin que le haga daño, y doña Lina paciencia para aguantarlo. ¡Maldito restaurante paisa en Nueva York!
¡Ahora hasta en los sueños se corre peligro de ser bombardeado!
*Gran periodista funambulesca, mundialmente reconocida en este campo.
Ilustraciones:
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