1 de abril de 2011

El olor de la muerte

Nota: este artículo es tomado de la revista Proceso, de México













GIAMPAOLO VISETTI
Giampaolo Visetti es un periodista italiano nacido en 1965.


Mientras la atención mundial se centra en la central nuclear de Fukushima, entre 500 mil y 600 mil víctimas del terremoto y del tsunami que devastaron la región nororiental de Japón intentan sobrevivir en medio de escombros, aisladas del mundo y aquejadas por el hambre y el frío. Giampaolo Visetti, enviado del diario italiano La Republica, fue uno de los primeros reporteros en llegar a la zona. A continuación, el relato de su estadía en Miyagi publicado por ese periódico en su edición del martes 15 y con cuya autorización lo reproduce Proceso.



MIYAGI, JAPÓN.- Hasta el 15 de marzo nadie había podido llegar a este lugar. Bastó con el derrumbe de un puente, ubicado dos kilómetros tierra adentro, para que Onagawacho quedara aislado del mundo. Montones de desechos infranqueables que flotan en lodo impiden que los socorristas alcancen esta pequeña ciudad que el viernes 11, Japón pareció borrar de su mapa.

Un poco más lejos, en Onagawa, la central nuclear escapó a la ola del tsunami que pasó a 200 metros. Los soldados amontonan ahora bolsas llenas de arena alrededor de las construcciones que protegen a los reactores apagados. Fue gracias al aterrizaje fortuito de un helicóptero que se descubrió en ese lugar a 6 mil personas abandonadas desde hacía cinco días. Estaban en una colina cercada por el lodo y el océano.

La mitad de la población desapareció en el mar. Desde el 11 de marzo a las 14:46 horas, los sobrevivientes dejaron de comer y resistieron temperaturas muy bajas haciendo hogueras con ramas de árboles y techos de sus casas. Compartieron el agua recuperada de una tienda derrumbada, pero centenares de personas están deshidratadas, agobiadas por el frío, el sueño y el terror. En el alba murieron dos viejitos por falta de medicinas que les eran indispensables. No tuvieron suficientes fuerzas para subir la muralla de desechos y pedir auxilio. Decenas de niños abrigados con ropa de adultos presentan síntomas de sideración (depresión profunda).

Todos los sobrevivientes están unidos por la misma realidad: perdieron a alguno de sus familiares en el lodo que se extiende a sus pies y sobre el cual no se atreven a caminar. En la ciudad, dejada sin ayuda, símbolo de la destrucción que convirtió a la prefectura de Miyagi en un vertedero pestilente, aparece de manera cruda la tragedia de una nación que parece incapaz de reaccionar ante la peor catástrofe que enfrenta desde la Segunda Guerra mundial.

Pesadilla

Tres veces gritó el piloto del helicóptero: “¿Hay alguien vivo?”. En el fango, en medio de los reptiles, nada se movía: era como si todo el mundo hubiera muerto en Onagawacho.

Finalmente grupos de sobrevivientes, incapaces de hablar, salieron del monte. Señalaron la colina con el dedo. Tenían los ojos cerrados. Se sentaron en coches revolcados a esperar ayuda. La imposibilidad de ser salvados por los hombres después de haberse librado de las garras de la naturaleza es la pesadilla que trastorna a los 600 mil sobrevivientes del temblor de la región de Tohoku, el epicentro. Están a solamente una hora de vuelo de Tokio, pero como la tierra sigue temblando sin parar, se sienten entrampados para siempre entre playas que vomitan cuerpos y la central de Fukushima, un poco más al sur, que eructa gases radiactivos.

Nadie hubiera podido imaginar que en Japón, campeón de la tecnología de punta, tantos días después del primer terremoto el sistema de auxilio de emergencia se revelara tan arcaico, lento e inadecuado. En ra tan arcaico, lento e inadecuado. En las prefecturas desorganizadas no hay electricidad, no funciona el teléfono en los centros neurálgicos, las carreteras y las vías de los ferrocarriles están cortadas o sólo reservadas para los vehículos que traen ayuda. Se distribuye combustible a cuentagotas.

Sesenta mil personas desplazadas carecen de agua, comida, ropa, medicinas. recen de agua, comida, ropa, medicinas. Están expuestas en el final de un invierno en el que llueve, cae nieve y cuya temperatura es de cuatro grados bajo cero. Viven en infinitos desiertos formados por pantanos en los que sólo se ven vestigios de edificios derrumbados. Detienen los convoyes que traen bienes de primera necesidad.

A lo largo de los 300 kilómetros de la costa nororiental de Honshu sólo uno de cada tres sobrevivientes había recibido una ayuda mínima para no morir. Se necesitarían un millón de raciones de comida y un millón de litros de agua por día para evitar otro desastre. Sólo llegan 200 mil. Los pobladores empiezan a tener una sospecha espantosa. Tienen miedo de que las autoridades envíen mucho menos socorristas que los 100 mil oficialmente anunciados para no exponerlos a las radiaciones; tienen miedo de que los bulldozer y los camiones –indispensables para empezar a sacar los escombros, reparar los depósitos de agua, algunas líneas eléctricas y tuberías de gas– se demoren en llegar por temor a ser aniquilados por otro tsunami.

En las prefecturas de Miyagi e Iwate lo que hace falta sobre todo son ataúdes y bolsas para mover a los cadáveres. Se necesitarían miles, quizás decenas de miles. En el gimnasio de Minammi-Sanrikucho, una ciudad borrada del mapa en la que durante cinco días sólo se encontró a un sobreviviente, mil cuerpos están alineados debajo de una carpa. Están cubiertos con hojas de periódicos. En Matsushima hay sólo un crematorio que alcanza a incinerar 28 cuerpos por día. Pero hay 600 cadáveres. La morgue no está refrigerada. Entonces gente piadosa moja los cuerpos con agua de mar y los cubre con lodo para atrasar su descomposición. “Pido a todo Japón y a los países extranjeros que nos manden ataúdes para nuestros queridos muertos”, dice Yoshiro Murai, gobernador de Miyagi.

El dolor

Para tener idea del dolor profundo al que de pronto los seres humanos pueden ser condenados es, sin embargo, preciso llegar a Somo, 100 kilómetros al sur de Sendai. De los 38 mil habitantes sólo se salvaron 14 mil. Las aguas se tragaron la tercera parte de la ciudad. La playa es negra, totalmente cubierta por el petróleo que sigue derramándose de centenares de navíos que naufragaron en la costa. Sobrevivientes cavan fosas comunes

provisionales en la arena. Ahí colocan los cadáveres que no pueden enterrar. Los cubren con una capa de 10 centímetros de lodo. Señalan la presencia de cada cuerpo con una rama hundida en la fosa y amarran a cada rama una hoja de papel en la que describen al difunto. El olor es inolvidable, pero ya no lo perciben los que aquí viven y que tienen la esperanza de encontrar a alguno de sus familiares. El viernes 11, Katsuma Ishihara manejaba el autobús que iba a Yamada. Vio cómo la ola gigantesca pasaba por la orilla de la carretera. Llamó en vano a los suyos con su teléfono celular. Después de un kilómetro detuvo el autobús. Dijo: “Pido disculpas a los pasajeros, pero aquí estaba mi casa con mi familia adentro. Ya no está”.

En los alrededores es el caos. Entre Miyako y Kesen-Numa miles de personas viven en las colinas. Desde el 11 de marzo huyeron caminando o por cualquier medio hacia el norte para protegerse de la nube tóxica de la central de Fukushima. Los refugiados de Futabamachi invaden los centros de socorro que abrieron las prefecturas de Miyagi e Iwate, pero los damnificados locales los rechazan porque temen ser contaminados por personas que estuvieron expuestas a la radiación.

Quizás es sólo el principio de la hecatombe de Honshu. Los militares que acaban de llegar a Ishinomaki piensan que la alarma atómica que se acaba de lanzar busca en realidad impedir que la nación se entere de todas estas vidas perdidas. Las dos terceras partes de la ciudad están cubiertas por una densa y extraña crema color café. Uno rema entre los techos. En el segundo piso de los edificios que no se derrumbaron se ven los brazos de personas que intentaron echarse al vacío, que en realidad era líquido.

Hirumi Memoto se sentó en una de las lanchas. Nació en Hiroshima, tenía 19 años en agosto de 1945 cuando la bomba atómica se abatió sobre la ciudad. Vino a vivir aquí y ahora tiene 85 años. Maldice al monstruo que insiste en condenarla a sobrevivir y que esta vez fue bondadoso con su marido, Kio Miura, de 88 años, quien murió ahogado en su cama. Hirumi Memoto no deja de repetir: “Nunca debí nacer”. Son dos vidas que se abrieron y se cerraron con dos hecatombes; son la parábola fatal de lo que el país empieza a considerar como una misteriosa condena colectiva. La población golpeada por el tsunami ve la situación como una farsa cruel.

Las radioemisoras siguen transmitiendo relatos de personas que cuentan cómo se salvaron, de técnicos que aseguran que todo está bajo control, de políticos que decretan el fin del estado de emergencia para las víctimas del terremoto. En lugar de eso, en Higashi Matsushima, como a lo largo de toda la costa, los hospitales no tienen medicinas y los médicos carecen de energía eléctrica. En la escuela primaria de Nobiru, 103 muertos esperan en el patio, mientras que al lado 467 sobrevivientes se encuentran acostados en el piso de los corredores. Setsuro Sugawara no suelta la mano de su hija de 16 años cuyo cuerpo sin vida fue rescatado hace tres horas del océano. Le dice: “Luché para que tu vida fuera mejor que la mía”.

La gente empieza a darse cuenta de que la franja costera de 7 kilómetros de ancho y 300 kilómetros de largo se convirtió en un inmenso pantano lleno de armazones de cemento. Ciudades y pueblos ya no podrán ser reconstruidos en el lugar donde estaban. Tres millones de personas se preparan para un exilio definitivo, una migración que trastornará a toda la nación.



(Traducción: Anne Marie Mergier)

31 de marzo de 2011

Pronósticos que aterran


Nota: lo del Japón se resume en una sola palabra: CORRUPCIÓN. Este cáncer puede llevar un país a la desaparición, por poderoso que sea. Koestler, colectivo




Por Marco Appel

La emergencia que vive Japón por los daños que el terremoto y el tsunami del viernes 11 ocasionaron en la central nuclear de Fukushima era de esperarse, afirman especialistas japoneses. Aseguran que la corrupción y los arreglos poco claros entre el gobierno nipón y las empresas generadoras de electricidad prepararon el terreno para esta catástrofe, que, según algunos expertos, podría superar a la de Chernobil.


BRUSELAS.- Los peores pronósticos de una catástrofe nuclear en Japón se están cumpliendo. La poca información oficial disponible hasta el jueves 17 indica que la planta nuclear de Fukushima –golpeada por un sismo de 8.9 grados Richter y un tsunami el pasado viernes 11– experimentaba múltiples fusiones y la piscina del reactor número 4 estaba casi seca, por lo que liberaba altas cantidades de radiación.

Los medios europeos ya hablan de una posible “megacatástrofe” comparable o superior a la de Chernobil. Especialistas en la materia ya lo esperaban. Equipos vetustos, corrupción, intereses comerciales desaforados... la tragedia de Fukushima era cuestión de tiempo, consideran.

El 11 de agosto de 2007, el sismólogo japonés Ishibashi Katsuhiko advirtió: “Si Japón no toma medidas radicales para reducir la vulnerabilidad de sus centrales nucleares ante los sismos, el país podría vivir una verdadera catástrofe nuclear en el futuro próximo”. Katsuhiko había renunciado un año antes al panel que fijó las normas sísmicas –en vigor desde septiembre de 2006 para las centrales nucleares japonesas– porque tales medidas no eran suficientemente estrictas y subestimaban la fuerza sísmica. “Sin importar su localización”, dijo, “cualquier planta nuclear debe ser diseñada para soportar por lo menos la aceleración de un sismo de una magnitud de 7.3 grados, es decir aproximadamente mil unidades gal”. La norma actual autoriza plantas nucleares resistentes apenas a 450 unidades gal. Ese límite ya fue superado por varios sismos: el que sacudió la central nuclear de Onagawa, al norte de Fukushima, en agosto de 2005; el de Shika, en marzo de 2007 y el de Kashiwazaki-Kariwa, en julio del mismo año. Más recientemente, el pasado 16 de julio, el Centro Ciudadano de Información Nuclear (CNIC, por sus siglas en inglés), una organización pública con sede en Tokio, también alertó sobre los riesgos en esas centrales.

En un reporte, ese organismo expuso el caso de los siete reactores de la estación de energía más grande del mundo, la de Kashiwazaki-Kariwa, afectada el 16 de julio de 2007 por un sismo de 6.8 grados Richter que azotó la región de Niigata con saldo de cinco muertos y 2 mil 300 heridos. “Fue pura buena suerte que tras el sismo no se hubiera escapado más líquido radioactivo”, observó el CNIC, que denunció el peligro de activar otra vez los reactores. La prefectura de Niigata estableció dos subcomités de expertos para medir el impacto del terremoto en la planta, explicó el CNIC. Uno evaluó la integridad y la seguridad sísmica de los reactores; el otro, las condiciones del suelo.

“Este último subcomité”, dice el organismo japonés, “advirtió del peligro de que otro terremoto, incluso más fuerte que el de 2007, pudiera golpear la planta en el futuro. La población debe estar preparada para enfrentar la posibilidad de otro desastre”.

El documento del CNIC –firmado por sus directores Hideyuki Ban, Baku Nishio y Yukio Yamaguchi– añade:

“Pese a lo anterior y antes de sacar cualquier conclusión científica, juicios apresurados han permitido reactivar varios de los reactores. Las operaciones comerciales se reanudaron en las unidades seis y siete. Ello se autorizó aun antes de que finalizara el debate sobre la seguridad de la planta. La unidad uno, el reactor más viejo y el que fue más sacudido y dañado por el temblor, según inspecciones visuales, comenzó pruebas de arranque el 11 de mayo de 2010 sin una discusión de fondo y sin llevar a cabo un foro público.”

El Comité Técnico de la prefectura de Niigata le solicitó a la Compañía de Energía Eléctrica de Tokio (Tepco, por su acrónimo en inglés), la misma que opera los reactores de Fukushima, que probara con datos la resistencia de las válvulas y otros equipos del reactor uno. Pero la empresa presentó información de un proyecto de investigación de marzo de 1983 y, por lo tanto, fue rechazada.

No obstante, el pasado 21 de julio el Comité Técnico le dio permiso a la Tepco de reanudar las operaciones comerciales de la central de Kashiwazaki-Kariwa.


Criterios obsoletos


El programa nuclear japonés tiene más de 40 años y en la actualidad la tercera parte de la energía eléctrica de Japón tiene ese origen. En 1990, 55% de los japoneses estaba a favor de la energía nuclear, pero esa cifra había caído a menos de 20% antes del accidente de Fukushima. El hecho se explica en la pesadilla en la que se ha convertido la aventura nuclear japonesa.

El peor accidente atómico después de Chernobil –el 26 de abril de 1986 y del que nunca se informó el número de víctimas fatales– ocurrió el 30 de septiembre de 1999 en la planta japonesa de Tokaimura, cerca de Tokio: un mal manejo del equipo causó una sobrecarga de uranio y cientos de miles de personas estuvieron en riesgo de contaminarse. Además en 2002, la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial de Japón (NISA, por sus siglas en inglés) descubrió que la Tepco –la productora de energía eléctrica más importante de ese país– había falsificado 29 reportes de inspección de sus plantas y manipuló varias videocintas a fin de ocultar las grietas de las coberturas de las vasijas en 13 de los 17 reactores que opera, entre ellos los seis de Fukushima I y los cuatro de Fukushima II.

El presidente y cuatro ejecutivos de la firma fueron despedidos, pero el escándalo alimentó la impopularidad de la energía nuclear.

En un cable de 2008, filtrado por WikiLeaks, un influyente político japonés, Taro Kono, informó a los diplomáticos estadunidenses que el Ministerio de Economía, Comercio e Industria de su país –responsable de la energía nuclear– “había estado enmascarando accidentes nucleares y ocultando los verdaderos costos y los problemas asociados con la industria nuclear”.

Otro documento filtrado por WikiLeaks y publicado el jueves 17 por el diario británico The Telegraph reveló que en 2008 un funcionario no identificado de la Agencia Internacional de la Energía Atómica le hizo notar al gobierno japonés, durante una reunión del grupo de seguridad nuclear del G-8 en Tokio, que sus criterios en materia nuclear eran “obsoletos”. El mismo funcionario planteó que los sismos recientes habían sobrepasado los límites previstos para ciertas centrales nucleares en Japón, edificadas para soportar terremotos de una magnitud máxima de 7 grados. La única respuesta del gobierno japonés fue crear un centro de urgencias en Fukushima.


Intereses

El pasado 14 de junio, la NISA presentó un reporte del estado de las 54 plantas nucleares de Japón. Casi la mitad tenía algún problema de diversa gravedad. En su evaluación, la NISA reportó incidentes “inaceptables” en las plantas Shimane 1 y 2, en otras 21 halló incidentes que consideró “de seriedad” y en dos más encontró desperfectos que requerían de vigilancia en inspecciones futuras. Otras 19 tuvieron “incidentes menores” que no ameritaban un control riguroso. Únicamente 10 no tuvieron problemas.

Pero entre abril de 2009 y marzo de 2010, el CNIC contabilizó 36 “incidentes mayores” en instalaciones nucleares japonesas, dos de éstos en Fukushima. El 6 de abril de 2009, en Fukushima I-3 fallaron los trabajos para restaurar una unidad de control hidráulico; meses después, el 15 de octubre, en Fukushima II-4 se redujo inesperadamente la energía cuando se apagó una bomba de circulación en el reactor.

Pero los casos más preocupantes, todos durante 2009, fueron aquellos en los que hubo fuga de material radiactivo: el 6 de abril en las instalaciones de reprocesamiento de la planta de Tokai, seis días después en el complejo Shika-2, el 23 de julio en Kashiwazaki-Kariwa-7, el 6 de octubre en Fugen, el 22 de octubre en la planta de reprocesamiento de Rokkasho y el 1 de diciembre en Hamaoka-3.

Los documentos del CNIC están llenos de historias que permiten adentrarse en la ineficacia de los mecanismos de seguridad nuclear de Japón:

El 28 de octubre, el Comité Técnico de la prefectura de Niigata discutió si era conveniente, en términos de seguridad, reiniciar las operaciones del reactor 5 de la central de Kashiwazaki-Kariwa (operada por la Tepco), severamente afectada por el terremoto del 16 de julio de 2007.

Yukio Yamaguchi, codirector de CNIC refiere en su reporte: “Se tenía programado que la reunión durara dos horas y media pero sólo duró una hora y cuarto. El único tema sustancial que se discutió fue si las obras para fortalecer la resistencia sísmica de la vasija del contenedor eran o no suficientes para garantizar la seguridad. Motoe Suzuki, miembro del comité, sugirió que de hecho se incrementaba el peligro”.

Continúa: “Un reporte que resumía los principales puntos de discusión fue elaborado por el Subcomité de Calidad del Equipo y Seguridad Sísmica, organismo del Comité Técnico. Ese reporte fue fruto de nueve borradores e implicó discusiones considerables, pero los miembros del Comité Técnico no expresaron ninguna opinión sobre las cuestiones expuestas en él.

El presidente del Comité Técnico preguntó: ‘¿En ese caso podemos concluir que no hay problemas de seguridad?’ Su pregunta fue respondida con un silencio aprobatorio y se pasó al siguiente punto de la agenda. Fue realmente increíble”.

Yamaguchi dice que, en el reporte enero-febrero de este año, se informa de una fuga radiactiva ocurrida el 10 de septiembre de 2010 en Kashiwazaki-Kariwa-7, donde ya se había registrado un hecho similar el 23 de julio anterior.

Advirtió: “La Tepco sigue operando el reactor con una fuga en el ensamblaje de alimentación, incluso si no ha determinado el origen del problema. Desde entonces el nivel de radiactividad que registra el monitor de corte de gas sigue fluctuando alrededor de las 10 unidades por segundo o cps”. Una lectura normal, recuerda Yamaguchi, no debe superar 1 cps.

Y relata: “Masahiro Koiwa, miembro del Comité Técnico, abordó este asunto en la reunión del Subcomité de Calidad del Equipo y Seguridad Sísmica que tuvo lugar el 13 de diciembre. La Tepco admitió que una pequeña cantidad de radiactividad seguía fugándose del reactor. Incluso si la cantidad no es muy grande, llama la atención que la Tepco tuviera que ser obligada a reconocer que está permitiendo la operación de un reactor con fugas radiactivas”.

El 6 de mayo de 2010 volvió a funcionar el Prototipo de Reactor Rápido de Neutrones de Monju, desarrollado por la Agencia de Energía Atómica de Japón (JAEA, por sus siglas en inglés). Este reactor había sido apagado el 9 de diciembre de 1995 tras una fuga de sodio y un incendio provocados por errores de diseño. Su mantenimiento costaba al erario 700 mil dólares diarios.

Hideyuki Ban, codirector del CNIC, narra que el día en que se puso nuevamente en marcha el reactor sonó una alarma de fuga radiactiva. Al día siguiente, la alarma ya había sonado siete veces.

Ban explica en su reporte: “La parte superior del reactor está cubierta con gas argón. Los detectores toman muestras de ese gas para detectar ligeras fugas de radiactividad viniendo del combustible nuclear. Como toma tiempo detectar la radiactividad, tres detectores operan consecutivamente para conseguir una medición continua. Una alarma se activó cuando uno de esos detectores funcionó mal. Pero la JAEA siguió operando la planta con dos detectores. El 9 de mayo, un segundo detector se atrofió”.

La agencia nuclear japonesa propuso entonces otro método de detección centrado en los ensamblajes de alimentación nuclear. La NISA lo aceptó, a pesar de que tal sistema, señala el experto japonés, es “mucho menos preciso”.

Agrega: “La JAEA dice que el problema se debía a un ‘ruido eléctrico’, pero era sólo una presunción. El hecho es que no se ha determinado la causa. La JAEA dijo que reemplazaría la computadora pertinente por otra más rápida, pero el 11 de junio una alarma sonó indicando que la transmisión de la nueva computadora era muy lenta. El 8 de junio, el diario Denki Shimbun reportó que hasta la una de la tarde del 6 de junio habían sonado 620 alarmas.

“Hay que recordar también que el equipo fue instalado hace 18 años. Muchas alarmas se activan porque el equipo está deteriorado. Esta situación demuestra que hay serios problemas con los sistemas de control de calidad y capacidades de la JAEA.”

30 de marzo de 2011

“Dejad que los niños vengan a mí”

NOTA NECESARIA

Estos criminales son los mismos que llevan "la democracia" a Libia. Como la que llevaron a Irak, que tiene ya más de un millón de asesinados por culpa de la 'democracia occidental'.... Las palabras sobran.
Equipo Koestler..


ImagePor: Ernesto Carmona (Cubaperiodistas)

Mientras Michelle Obama compartía el lunes 21 en un museo infantil con los niños pobres del barrio La Granja de Santiago y su marido proclamaba en el Palacio de La Moneda el amor de EEUU por los derechos humanos y la democracia, la revista alemana Der Spiegel publicaba imágenes de soldados estadounidenses que supuestamente luchan por esos valores en Afganistán: mataron a un niño campesino, se tomaron fotos para el recuerdo y le sacaron dientes y otros “trofeos”. Las imágenes ilustran la perversión del lavado de cerebro que Obama, el Pentágono y el complejo militar industrial-mediático le hacen a los soldados de EEUU.

De los niños de La Granja no hay fotos porque no dejaron entrar cámaras “por razones de seguridad”, pero los encuentros de la primera dama del país del norte con escolares pequeños a menudo aparecen reproducidos burlonamente en la serie Los Simpson. El mediocre discurso del anfitrión Sebastián Piñera alabó a EEUU como “nación amante de la paz”. Ningún medio chileno se tomó la molestia de dar a conocer estas fotos de Spiegel:


El niño Gul Mudin era hijo de un granjero de los alrededores de Kandahar. Los soldados que lo asesinaron dijeron que los amenazó con una granada. El diario británico The Guardian dijo el martes que los militares mutilaban los dedos de sus víctimas y les extraían sus dientes como trofeo. Morlock negoció declarar contra sus compañeros e inculpar a su superior, el sargento Calvin Gibbs, como responsable de las matanzas, para obtener una pena reducida, quizás a 24 años de prisión.

Como los gobernantes y los militares estadounidenses son bondadosos por naturaleza, y sólo quieren que los nativos de Afganistán, Iraq o Libia –y de todo el mundo- respeten los derechos humanos, la voluntad del pueblo y la democracia, naturalmente pidieron disculpas.

El diario El Mundo de España dijo que después de hacerse la fotografía, los soldados detonaron una granada sobre el cuerpo y acribillaron los restos. Un ritual perverso del “Equipo de la Muerte”. Las fotos de Spiegel traen a la memoria las imágenes de la cárcel de Abu Ghraib, Iraq, que entre 2003 y 2006 mostraron cómo los militares de EEUU, mercenarios contratados por Blackwater y elementos CIA torturaban y humillaban a los prisioneros, disfrutaban de su sadismo y tomaban instantáneas.


Ahora EEUU investiga cómo Der Spiegel consiguió las fotos. La revista dijo que publicó solamente tres de unas 4.000 imágenes y vídeos que obtuvo en una investigación de cuatro meses. La OTAN, que se apresta a intervenir en Libia, teme que estas tres fotos puedan enfurecer a la gente de Afganistán, incluido el gobierno de Hamid Karzai, a quien están ayudando –se supone- a imponer el respeto a los DDHH y la democracia. EEUU ve en peligro sus pretensiones de dejar bases militares permanentes en ese país. Y así, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, telefoneó a su par de Afganistán para suavizar la bronca.

* Periodista y escritor chileno

29 de marzo de 2011

Morlock, el repugnante




EL MUNDO › CAZABA AFGANOS POR DEPORTE


Por Guy Adams *

Sonreía inclinado sobre el cuerpo del muchacho y con una mano le torcía la cara ensangrentada hacia la cámara. El cabo Jeremy Morlock se llevaba así su trofeo de cacería, un civil afgano inocente, como solía llevarse los de los alces que cazaba en su pago de Alaska. Las fotos de este militar de 23 años tratando a un ser humano como un animal fueron publicadas la semana pasada por la revista alemana Der Spiegel. Hasta el ejército de Estados Unidos, una institución poco dada a las disculpas, dijo que las imágenes eran “repugnantes”.

Anteanoche, Morlock fue condenado a 24 años de prisión por un tribunal militar en la base Lewis-McChord, cerca de Seattle, en el estado de Washington. El cabo se había declarado culpable de ser el líder de un “pelotón de ejecución” de soldados rasos que mataron a tres civiles al azar, por deporte, durante sus doce meses de servicio en la provincia de Kandahar entre 2009 y 2010. Morlock no fue condenado a muerte o prisión perpetua porque aceptó declarar contra sus camaradas “deportivos”, con lo que tal vez pueda salir bajo palabra pasados los treinta años de edad.

Este caso, que ya es llamado “el Abu Ghraib afgano”, promete dejar muchas preguntas sin responder: ¿sabían sus superiores del deporte que practicaban los soldados? ¿se fijaban siquiera en la salud mental de los hombres a su mando? ¿no serán los acusados apenas la punta de un iceberg mucho mayor? Lo que se sabe de Morlock no ayuda a calmar estas preocupaciones.

Tercero de ocho hijos de una familia de clase obrera de la minoría indígena Athabaska, Morlock nació en Wasilla, Alaska. En la secundaria jugó al hockey sobre hielo con su amigo Track Palin, en el equipo que entrenaba su madre, la ahora famosa ex gobernadora Sarah Palin. En 2006 se graduó y se unió al ejército, que lo envió a la Quinta Brigada de Ataque de la Segunda División de Infantería. Durante su entrenamiento, Morlock reportó episodios de depresión agravados por la inesperada muerte de su padre, que se ahogó en 2007.

A mediados de 2009, Morlock llegó en rotación al sur de Afganistán, por un año, y de inmediato se encontró bajo fuego. Participó en cuatro “contactos” con el enemigo y en tres de ellos sufrió concusiones. En una carta a su madre escribió que “hace apenas tres meses que llegué y ya no creo que alguna vez pueda hablar de las cosas que me están pasando”. En la misma carta, le confesaba que no podía dormir y se sentía “traumatizado”.

Morlock comenzó a fumar la marihuana que se cultiva en Kandahar y le recetaron diez medicaciones diferentes, incluyendo analgésicos, antidepresivos y pastillas para dormir. Tras su arresto, los médicos militares informaron que tenía síndrome post traumático, drogadependencia y desorden de personalidad. Ninguno de estos síntomas hizo que lo enviaran a retaguardia.

Al gobierno norteamericano le interesa saber... quién entregó las fotos... no aclarar sus crímenes.

En sus interrogatorios, el cabo contó que comenzó a matar civiles desarmados junto a sus colegas después de la Navidad de 2009, según él con el apoyo de su sargento, Calvin Gibbs. Este suboficial, al parecer, tiene el hábito de cortarles los dedos a los enemigos que mata y dijo que había matado por deporte durante su rotación en Irak. “Si Gibbs supiera que les estoy contando esto, seguro que me hace mierda”, les dijo Morlock a los interrogadores en una entrevista que terminó en YouTube. Los abogados del sargento niegan furiosamente que esto sea cierto.

Los tres asesinatos por los que fue condenado Morlock ocurrieron en enero, febrero y mayo del año pasado. No se conocen todos los detalles, pero el acusado dijo que habían acomodado los cuerpos para que pareciera un enfrentamiento.

Lo que está quedando en claro es que la Quinta Brigada de Ataque tiene un problema. Su comandante, el coronel Harry Tunnell, fue súbitamente removido a mediados del año pasado y esta semana fue acusado en la corte marcial de conducir una brigada “disfuncional”. Un psicólogo de la defensa dijo que su cadena de mando “creó un ambiente propicio para estos crímenes”. Varios soldados dijeron que hablaron con sus superiores sobre problemas de abuso de autoridad y de uso de drogas, pero que fueron ignorados y, en un caso, golpeados para que se callen. Los familiares de un soldado que reveló en un mensaje colgado en Facebook que se estaba matando a civiles inocentes, contactó el comando de la brigada en Seattle pero jamás les contestaron.

Morlock fue arrestado en julio pasado y desde entonces está en soledad. Tuvo un hijo que todavía no conoce. En los interrogatorios previos a su juicio llamó la atención que nunca intentara culpar a las drogas o al stress por sus actos. “Perdí mi norte moral”, fue su explicación. Su madre lleva gastados 50.000 dólares en su defensa legal y le dijo a la prensa que su hijo fue condenado para tapar un problema mayor. “Creo que le ordenaron hacer lo que hizo”, dijo la mujer. “Creo que sus superiores están involucrados y ellos lo están pagando. Allá pasa de todo...”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12

28 de marzo de 2011

Crecimiento débil

Tomado de ElEspectador.com

Opinión |27 Mar 2011

Eduardo Sarmiento


Composición del PIB refleja estructura de los últimos 20 años


Por: Eduardo Sarmiento


De acuerdo con el reporte oficial, la economía creció 4,3% en el 2010. La cifra es una fracción de las proyecciones oficiales y corresponde al promedio de los últimos diez años.


La composición del producto nacional refleja la estructura económica de los últimos veinte años y las prioridades no explícitas en el plan de desarrollo. La producción industrial creció 4,9% y si se le resta el aumento de las materias primas importadas, el valor agregado apenas llega a 3%, al tiempo que la agricultura continuo estancada en cero. La dinámica de la economía se origina en la minería y petróleo. El resto de la actividad proviene de los servicios que representan el 60% del producto nacional.

Desde hace veinte años la economía ha estado expuesta al desmonte arancelario la revaluación del tipo de cambio y estímulos a la inversión extranjera que han elevado la rentabilidad de las actividades intensivas en recursos minerales con respecto al resto han propiciado la adquisición de las materias primas y bienes finales en el exterior. En consecuencia, florecieron el petróleo y la minería que no generan empleo y se fortalecieron los servicios que se caracterizan por la baja productividad y bajos salarios. La industria y la agricultura, que constituyen las actividades con mayor potencial de productividad y empleo bien remunerado, se relegaron a tercer plano.

No menos diciente es la composición de la demanda. Mientras el consumo crece 4%, la inversión en capital 6% y las exportaciones 2%, las importaciones lo hacen al 16%. Prácticamente todo el aumento del gasto esta representado en compras externas. La contribución del valor agregado nacional y el empleo es de orden menor.

Curiosamente, los más sorprendidos con el comportamiento descrito son sus gestores y promotores, que han girado alrededor de una teoría equivocada.

Dieron por hecho que la inversión extranjera y la libertad comercial se encargarían de modernizar y empujar el crecimiento económico. De un lado, la entrada de capitales ampliaría la capitalización y las importaciones incorporarían el avance tecnológico, y de otro lado, el intercambio comercial, en virtud de las ventajas comparativas elevaría la productividad de la mano de obra. Así, la industria y la agricultura progresarían en forma acelerada ofreciendo oportunidades de empleo bien remunerado a la fuerza de trabajo.

La realidad resultó muy distinta. La participación de los dos sectores en el PIB ha venido descendiendo sistemáticamente. En la actualidad, apenas representan el 22%. Se configuró la clásica enfermedad holandesa en la cual el gasto se realiza en el exterior y las actividades transables de alto valor agregado se marchitan.

El panorama no se vislumbra diferente para el año en curso. La estructura productiva a favor de la minería y los servicios se acentuará por la política monetaria que le da prioridad a la inflación sobre cualquier otro objetivo y por el abierto compromiso del Gobierno con la inversión extranjera, el libre mercado y los acuerdos de libre comercio. No es posible crecer a tasas más altas lideradas por la minería, los servicios, e incluso la infraestructura física.

Es precisamente lo que se observa en los indicadores disponibles del primer trimestre. En enero el empleo y el consumo de energía descendieron con respecto a los meses anteriores, y las importaciones crecieron 40%.

No hay espacio para el valor agregado de la industria y la agricultura. Y mientras persistan esas condiciones, el producto nacional crecerá por debajo de las posibilidades reales y no generará empleo formal.



27 de marzo de 2011

Cuentas macabras

domingo, 27 de marzo de 201domingo, 27 de marzo de 201
Tomado de Semana.com
Por Antonio Caballero
OPINIÓNLa Fiscalía está investigando 27.300 –veintisiete mil trescientos– casos de desaparición forzada. Son más que los que se cometieron en Argentina y Chile durante los años de plomo de las dictaduras militares.
Sábado 26 Marzo 2011






Con los tres de la última semana -uno en Turbo, otro en San Onofre, otro en San José de Apartadó- ya son cincuenta los líderes campesinos involucrados en la lucha por la recuperación de las tierras expoliadas que han sido asesinados en los últimos tres años.
Christian Salazar, delegado de la ONU en Colombia para los Derechos Humanos, daba en estos días una información escalofriante, pero que por lo visto no le produjo escalofríos a casi nadie: la Fiscalía está investigando 27.300 -veintisiete mil trescientos- casos de desaparición forzada. Son más que los que se cometieron en Argentina y Chile durante los años de plomo de las dictaduras militares. La Unidad Nacional de Fiscalías para la Justicia y la Paz publica otra cifra, todavía más espeluznante: en cuatro años, de junio de 2006 a diciembre de 2010, los paramilitares en teoría "desmovilizados" y sus sucesores de las púdicamente llamadas "bandas criminales" (neoparamilitares en colaboración con elementos de la fuerza pública) han cometido 173.183 homicidios y 34.467 desapariciones forzadas. El columnista Alfredo Molano hace en El Espectador una cuenta macabra: si todos esos muertos hubieran sido fusilados en hilera, la fila de cadáveres tendría ciento setenta y tres kilómetros de largo.

Todo esto se publica en los periódicos, y se comenta. Pero la justicia no avanza mucho. Hay casos comprobados de desaparición forzada seguida de asesinato que están empantanados a fuerza de argucias jurídicas desde 1987: desde hace treinta y cuatro años. Es el de Nydia Érika Bautista, citado en estos días en El Tiempo por el abogado Gustavo Gallón. Argucias jurídicas que serían cómicas si no fueran cínicas: por ejemplo, la de alegar que cuando sucedieron los hechos -por los cuales fue destituido el general Álvaro Velandia, en ese entonces comandante de la siniestra Brigada XX de Inteligencia del Ejército- la desaparición forzada no estaba tipificada como falta disciplinaria. Y entre tantos, testigos de los hechos, y la familia de la víctima, y el procurador delegado para los Derechos Humanos, Hernando Valencia Villa, que destituyó al general, han tenido que buscar refugio en el exilio para que no los maten también a ellos.

Porque aquí todo asesinato genera dos o tres más. Aquí se mata también a las familias, y a los testigos, y a los jueces. Hace tres días fue asesinada la juez que investigaba el caso de los niños violados y asesinados por militares -hay un soldado preso- en Arauca.

Tienen razón los nostálgicos del pasado gobierno que denuncian que hay inseguridad. La hay, sin duda. Pero es bueno mirar para quién.

Porque, como decía, la justicia no avanza mucho. Y a veces retrocede, como en el caso de la juez asesinada. Mencioné el ejemplo empantanado de la desaparecida Nydia Érika Bautista, y no se trata de una excepción. Igualmente empantanado sigue el juicio emprendido contra militares de alto rango por un hecho aún más antiguo, como fue la desaparición de los detenidos en la contratoma del Palacio de Justicia, en noviembre de 1985. Todo se empantana y se pierde en una marea de olvido y de indiferencia. Y no pasa nada.

O más bien, al contrario, por eso pasa lo que pasa. Por eso sigue pasando lo que sigue pasando. Porque hay quienes piensan que ese olvido, y tal vez esa indiferencia, son condiciones necesarias para la reconciliación nacional. Para el "desarme de los espíritus" tantas veces mentado en nuestros últimos decenios de historia de sangre. Pero esos mismos decenios de sangre demuestran lo contrario: es el olvido de la sangre lo que hace que siga corriendo.

Por lo cual lo más probable es que tengamos que seguir haciendo cuentas macabras.