13 de noviembre de 2011

Ley 30 para neófitos y entendidos...









Por Acidonitrix


... aunque dudamos que la ministra de Educación lo entienda. Así ella con soberbia afirmaba que nosotros, los del sector educativo, no entendíamos nada de su benefactor proyecto de reforma de la llamada Ley 30. Por ello damos a la publicidad un video y dos artículos que publicó la Revista Semana. Veamos por orden. Primero el video.




La nueva oposición

Por María Jimena Duzán
 

¿"…Y por qué protestan los jóvenes universitarios si el presidente Santos retiró el proyecto de reforma a la Ley 30?". …Esa pregunta, que se ha vuelto reiterativa por estos días, refleja, en gran parte, la percepción que existe entre ciertos sectores de la sociedad colombiana de que los colombianos no tenemos mucho por qué protestar y que, por el contrario, lo que deberíamos estar haciendo en este momento es una marcha, pero a favor del gobierno Santos por haber dado de baja a Alfonso Cano, el jefe de las Farc. 

Para esa parte de la sociedad esta protesta estudiantil no tiene sentido y los casi 200.000 estudiantes que salieron a las calles el jueves de la semana pasada son una parranda de muchachitos alevosos y desorientados que no tienen propuestas y que solo quieren alterar el orden público e impedir el flujo vehicular en las grandes ciudades. Las únicas protestas que a ellos les gustan, vuelvo y repito, son las que se hacen a favor del gobierno, como la multitudinaria marcha contra las Farc, que fue utilizada por la administración Uribe para montar un plebiscito en torno a su nombre y recoger firmas que impulsaran su segunda reelección.

En realidad lo que ha demostrado esta protesta estudiantil es que este país es mucho más complejo y que se equivocan quienes intentan simplificarlo tan fácilmente, como pretendió hacerlo el uribismo en los últimos 10 años a través de esa entelequia que se llamó el Estado de opinión.

Desde que los politiqueros secuestraron la política en beneficio de sus clanes y del suyo propio y los partidos dejaron de representar el interés nacional, importantes sectores de la sociedad colombiana quedaron excluidos y sin voz. Y son ellos los que hoy se están expresando. Por eso no me extraña que esta protesta estudiantil se esté haciendo por fuera de los partidos y casi que en contra de los políticos tradicionales. Tampoco me extraña que no crean en los políticos, como no le creyeron a Santos cuando dijo que iba a retirar la reforma a la Ley 30 si ellos abandonaban el paro. Ellos ya saben que la palabra de un político colombiano es poco confiable y que cambian de opinión con la facilidad con que se cambian de camiseta.

Lo reconfortante es que a pesar de que no crean en los partidos ni en los políticos, sí creen en la política. Y su principal aporte es el de haberla liberado nuevamente al sacarla de los conciliábulos, de los pactos de sacoleva y de los partidos que ya no representan sino intereses particulares, para llevarla a las calles. Solo por eso, muchos colombianos les estaremos inmensamente agradecidos. En medio de abrazatones y besatones, estos estudiantes le han devuelto a la política en Colombia la acción y el discurso de la que carecía.

Pero además, su discurso, lejos de ser subversivo, como ya quisieran muchos, está dirigido a construir y no a destruir, como hábilmente ha dicho una y mil veces el locuaz dirigente estudiantil Jairo Rivera. Después de ocho años de uribismo en el que lo que primó fue la destrucción del oponente antes que el respeto por el disenso y la discusión, estas protestas pacíficas y multitudinarias son más que bienvenidas, sobre todo porque no incitan a la polarización, sino a la discusión entre diferentes. "Pensar diferente no es terrorismo", dice una de sus consignas.

Otro de sus lemas, "Más lápices y menos balas", resume en pocas palabras la necesidad de que el Estado colombiano vaya ajustando su presupuesto al posconflicto en la medida en que la lucha contra las Farc se vaya ganando, que es precisamente lo que está sucediendo. De esa manera se podría proceder a reducir el presupuesto militar y se invertiría más en la educación y en la salud. ¿Es mucho pedir que los estudiantes tengan la misma posibilidad que tiene hoy un soldado de aspirar a un futuro promisorio?

Pero tal vez la hazaña más importante de este movimiento estudiantil es que ha sabido canalizar un descontento que estaba represado y que al encontrar su voz ha puesto sobre la agenda una serie de temas que van más allá de la discusión de la reforma a la Ley 30 y que tienen que ver con palabras como equidad, inclusión y con serios cuestionamientos en torno a la calidad de sociedad que estamos construyendo.

Para protestar en este país sobran razones y lo extraño no es que salgan a protestar los estudiantes sin un motivo aparente, sino que no lo hayan hecho antes.

Al gobierno del presidente Santos y a su aplastante Unidad Nacional les acaba de salir una oposición que no tenían contabilizada. 













Educando a la ministra

Por León Valencia
 
 
He oído decir en estos días que los estudiantes no entienden el proyecto de reforma presentado por el gobierno, que unos pocos se arrogaron el derecho a decretar un paro y forzaron a las mayorías a ir a la calle, que la movilización carece de orientación, que no tienen propuestas. La impresión que me dejaron dos grupos que fueron a mi oficina hace dos semanas es totalmente distinta. 

Con cada grupo pasé una tarde entera. Uno venía de la Universidad Nacional. El otro, de tres universidades privadas de Bogotá. Querían que conociera las intimidades del movimiento estudiantil, que supiera de sus alcances, que ayudara en algo a difundir sus ideas.

Para arrancar, el grupo de la Nacional me mostró un video: Educando a la ministra. Era para morirse de la risa. En un tablero le informaban a la ministra que en Colombia solo 765.000 jóvenes ingresan a la universidad y de estos apenas el 53 por ciento se gradúa. Luego le describían las soluciones que para el déficit en cobertura trae el proyecto de reforma a la Ley 30 presentado por el gobierno: continuar disminuyendo el porcentaje de inversión del Estado en la educación superior, invitar al sector privado a invertir y ampliar las posibilidades de crédito educativo. Al final, la ministra María Fernanda Ocampo aparece diciendo un disparate.

Fueron varias las anotaciones que de manera vehemente me hicieron los dos grupos. El aporte de la Nación a las universidades pasó, en el anterior gobierno, de 0,50 por ciento del PIB a 0,38 por ciento. El contraste con el promedio de 0,85 por ciento de América Latina es asombroso. Más escandaloso aún si se compara con los países ricos. La tienen tan clara que hicieron la proyección a 2025 y concluyeron que para ese tiempo la contribución de la Nación rondará el 0,25 por ciento. Muy extraño. Porque los países desarrollados están haciendo esfuerzos por aumentar su inversión en la educación superior conscientes de que en este campo se juegan la superioridad económica y también la reducción de las brechas sociales.

No acudían a citas de algún ideólogo ni se hacían eco de alguna consigna política, para plantear sus demandas. Simplemente tomaban el artículo 70 de la Constitución Nacional, que eleva la educación a derecho humano fundamental, y señalaban que para ellos eso significa que Colombia debe caminar hacia una universidad gratuita, para todos y de alta calidad. Que el ingreso de Colombia a la tercera línea de los países emergentes y las grandes expectativas en la minería, en el petróleo y en la inversión extranjera tendrían que revertirse en dinero y más dinero para ciencia, tecnología y humanidades.

Decían que se engañaban quienes pensaban que la movilización sería un fenómeno pasajero, apenas un grito, en medio de una sociedad que había perdido la costumbre de la protesta pacífica y se había resignado a la imposición y la violencia. Sentían que hacían parte de una gran marejada humana que no descansaría hasta obligar al gobierno a darle un vuelco completo a la educación superior en Colombia. Se habían organizado para ello en la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, que representa a 32 universidades públicas y 48 privadas.

Oyéndolos evoqué el compromiso, la seguridad y el optimismo del movimiento estudiantil de los años setenta. Sentí una alegría inmensa al ver otra vez a la juventud anunciando un futuro mejor para el país. Solo que este movimiento no abrigaba sueños de revoluciones violentas, ni se parapetaba en artificios ideológicos, ni iba detrás de la cola de partidos y dogmas tan añejos como inútiles.

Las grandes marchas del pasado jueves han confirmado una por una las palabras que oí hace apenas unos días. Los estudiantes han logrado algo extraordinario: hicieron retroceder al gobierno y además fueron capaces de evitar la violencia propia y las provocaciones que a veces realizan escuadrones de la fuerza pública. La ministra debería aprender rápidamente la lección y pasar a un ambicioso proceso de concertación con la Mesa Estudiantil, o renunciar y entregarle el puesto a alguien que sepa del tema y entienda este nuevo despertar de la juventud. 




 Un video educativo ministerial

Primera parte






A propósito: ¿se fijaron en la metida de pata de la ministra al final? Se le escapa la verdad: no pretenden financiar la deficiencia estructural de financiación de universidades públicas. Está buena para videos en compañía de Cachito Santos, nuestro expresidente paraelectrocutador.



Segunda parte











Por hoy dejemos aquí, pues en dos días más, otros videos.