16 de diciembre de 2013

El arrogante versus el inquisidor




La sanción del Procurador contra Petro desató un inesperado plebiscito de apoyo al alcalde.

Incluso personajes que no lo quieren (Navarro, Peñalosa, Robledo, Clara López, Emilio Tapias, Viviane Morales, el ministro de Justicia, Mockus, el próximo embajador de Estados Unidos) coinciden en que la sanción fue injusta o desproporcionada. O ambas cosas. ¡También manifestaron su apoyo los alcaldes de diecisiete capitales latinoamericanas! Hasta la ONU y la Iglesia le piden explicaciones al procurador.
¡Y eso que el condenado es un sujeto antipático! ¿Qué tal que fuera alguien con buena imagen, digamos Angelino Garzón, Germán Vargas o Jorge Enrique Robledo?
La pregunta es: si Petro es culpable, además de arrogante, y el procurador es omnipotente y justiciero, ¿por qué semejante reacción? Por varias razones. La primera es que la culpabilidad de Petro es relativa, como lo reconoció Emilio Tapias el miércoles en El Espectador, cuando denunció que la “emergencia ambiental” de diciembre de 2012 fue un saboteo de los contratistas del aseo, es decir, de William Vélez y Tomás y Jerónimo Uribe, entre otros, que no querían soltar sus tajadas en un negocio billonario con una obscena utilidad del 44%, ni iban a permitir que los recicladores les pellizcaran sus preciados desechos.
Usted dirá que exagero, que esos magnates no van a raponearles los cartones a los indigentes. Se equivoca. En 2009 la administración Uribe intentó declarar ilegal el reciclaje realizado por indigentes y particulares espontáneos. Los avaros son así. Aman los centavos. Por eso odian a los minuteros, a los motorratones y a los vendedores de leche cruda, y pelean a muerte los centavos del incremento del salario mínimo.
La segunda razón es que, antipático y todo, Petro tiene cientos de miles de seguidores que lo consideran un líder valiente y honesto y con la imaginación necesaria para idear interesantes propuestas en salud, educación, ecología y planeación urbana, y le agradecen hoy los mínimos históricos en la tasa de homicidios de la capital.
Pero quizá la verdadera razón de esta paradoja estriba en que Ordóñez es un sujeto mucho más maluco que Petro: los sectores progresistas no le perdonan su pacatería, a los protestantes les irrita su fanatismo católico, a las mujeres las ofende su machismo, los homosexuales resienten su patológica homofobia, los senadores parecen respetarlo pero en realidad le temen y la derecha dice amarlo pero apenas lo utiliza. Por esto pienso que, más que una solidaridad con Petro, lo que hay es un repudio contra el moralista que acumuló, con inmorales componendas, un poder intolerable en una democracia.
El país entendió que necesita un procurador nacional, uno sin secta ni partido, que trabaje para creyentes y agnósticos, para hombres y mujeres, para heterosexuales y gays. Uno que respete la majestad del cargo y abandone su aletoso protagonismo.
Con todo, debemos agradecer que Ordóñez está provocando lo que parecía imposible ayer, la unión de la izquierda. La izquierda unida (el ala decente del Polo + la Unión Patriótica + la Marcha Patriótica + Aico) o un candidato fuerte de centro-izquierda (Alianza Verde + Mira + Compromiso Ciudadano) puede derrotar con facilidad en la primera vuelta al candidato del Centro Democrático (un señor cuyo nombre se me escapa y que parece puesto ahí por la Providencia sólo para restarle votos a Santos). Y una coalición de todas estas fuerzas puede enfrentar con alta probabilidad de éxito en la segunda vuelta a Juan Manuel Santos, ese príncipe lánguido que ya demostró su ineptitud, como eximio representante de una casta que lleva doscientos años afinando su incompetencia para dirigir los destinos del país.

Tomado de: Elespectador.com/opinion

15 de diciembre de 2013

Los demonios del Procurador



Por: Javier García-Salcedo

Si lo piensan, debe ser duro, debe hundirlo a uno en una profunda frustración y en un sentimiento de alarma y abandono particulamente agudos. Pues Ordóñez no es un tipo cualquiera; es alguien firme en sus creencias, alguien que se precia de ser congruente. (Dicho sea de paso, el caso del Procurador muestra que la congruencia—la calidad de llevar a cabo lo que uno piensa que debe ser hecho—no es algo necesariamente deseable: cuánto sufrimiento se hubiera ahorrado el mundo de no haber sido Hitler congruente!) Nuestro mundo, y nuestro país, es hoy un lugar más tolerante, más abierto, menos susceptible a las retóricas dogmáticas que inflamaron las cabezas de los hombres de antaño. Las personas, poco a poco, empiezan a entender que las categorías de ‘bueno’ y ‘malo’, de ‘verdad’ y ‘falsedad’ requieren de una inspección mucho más escrupulosa que lo que en otros tiempos solía creerse. Ya no basta con apoyarse en la autoridad de un libro o en la fuerza de la tradición. Por esta razón, el panorama que le ofrece el mundo contemporáneo debe ser francamente desalentador: este sano y cada vez más difundido escepticismo, que es el fruto (entre otras cosas) de una mayor y mejor difusión de las virtudes asociadas con el quehacer científico y con la laicidad, debe ser una realidad prácticamente insoportable para el hombre de tantas certezas que es el Procurador.
Pero el Procurador no solamente es un hombre de mucha fe, sino un verdadero abanderado, un paladín de la causa divina. No es alguien dispuesto a ceder, al menos no sin antes haber dado una buena pelea. Encerrado en su torre de marfil (léase ‘Procuraduría’), y envalentonado por el poder que le confiere una institución que, como los actuales sucesos comprueban, tiene mucho de cuestionable, puso en marcha el proceso de remediar el proceso de descomposición que a sus ojos presenta una sociedad que se hace cada día más abierta. Ordóñez siente, y con razón, que algo que le es precioso está muriendo.Es en este sentido, creo, en que debe interpretarse su reciente decisión (donde fue juez y parte) de destituir a Petro y sancionar su defunción política. Tan desproporcionada decisión sólo puede comprenderse como un gesto de acorralamiento, como el reconocimiento tácito de que una causa desesperada requiere de medidas desesperadas.
Sin embargo, su oposición es vana, incluso contraproducente, como evidencia el espontáneo movimiento de tantos colombianos de derecha, centro e izquierda, que han salido a exigir su renuncia y dar marcha atrás al proceso de destitución de Petro. De repente, personas pertenecientes a las más diversas, incluso rivales, corrientes políticas, han encontrado una (buena) razón para ver por encima de éstas y reconciliarse gracias a algo que parecía perdido en Colombia: el sentido común. Este fenómeno, en un país de tanto encono como el nuestro, es bello y admirable. A buena hora el Procurador ha buscado dar un zarpazo a los avances políticos, sociales y morales que los colombianos, con un prolongado sufrimiento, hemos logrado conquistar. Más allá de la suerte de Petro, el gesto de Ordóñez ha provocado una reacción que parece demostrar que los colombianos estamos listos para recibir un país en paz.

Tomado de: Elespectador.com