29 de octubre de 2008


Pilatos se lava las manos..?



Por Koestler


Con gran despliegue el Presidente Uribe anuncia una severa purga en el ejército. Generales, coroneles, mayores, capitanes, etc. Y apenas empieza. En la "Casa de Nari" por fin descubrieron lo que todo mundo sabía: que las fuerzas armadas cometían gran cantidad de violaciones a los derechos humanos. Llegó la hora de lavarse las manos y dejar en otros las responsabilidades.

Pero la verdad política es otra. Y el análisis es diferente. En primer lugar, ni la gran prensa ni el gobierno, y menos los políticos del uribismo tienen derecho a decir que no estaban informados. Las denuncias fueron no sólo innumerables sino que costaron muchas vidas. Los valientes —que los hay en esta dolorida patria donde la mayoría nos escondemos cobardemente— que se atrevieron a denunciar o reposan en los cementerios o están desaparecidos o se hallan asilados. Esa es una dura verdad.

El primer gran perseguidor de aquellos que se atrevieron a denunciar los hechos  fue quien precisamente tenía la obligación de defender a las víctimas, y se llama ÁLVARO URIBE VÉLEZ. ¿Acaso no recuerda los banquetes de desagravios a los promotores de limpieza social en Urabá, al "procer" Rito Alejo del Río y sus colaboradores? ¿Olvidan acaso en la casa de Nari las acusaciones de terroristas contra aquellos que alertaron sobre la masacre?


Pilatos se lava...

El cinismo oficial —en boca del "perínclito" ideólogo José Obbulio Gaviria— llegó hasta a afirmar que en este país no existes desplazados sino turistas, y que los muertos son simples personas que se esconden para desprestigiar la Estado. La gran mentira nacional fue acuñada desde la "Casa de Nari" y coreada por la gran prensa: radio, televisión, diarios y revistas, con plumíferos a sueldo que calumniaban y mixtificaban la realidad para ocultar el gran crimen nacional.

Es de tales dimensiones el escándalo, que el gobierno sale a levantar una cortina de humo con una investigación que tapará la realidad. La de los orígenes de la tragedia que hoy se usa para mostrar ante el mundo una situación distinta a la verdadera. No nos llamemos a engaños. De mucho podrán jactarse en la "Casa de Nari", menos de que son defensores de los derechos humanos. 

En segundo lugar, estos crímenes son productos de una política oficial. La de exigir "resultados" y someter a la oficialidad y la tropa a una presión insostenible en aras de exterminar la guerrilla y aplastar las luchas populares. Y el gestor de dicha política es el Presidente de la República.  Fue una decisión política avalada por sus corifeos y su ministro de guerra, el Dr. Juan Manuel Santos, en cuyo desarrollo se implementaros políticas, normas, tácticas y una estrategia de arrasar con todo lo que se les opusiera.

Los ejércitos son máquinas de guerra. Sus hombres son entrenados en nuestro país para "matar", para "destruir al enemigo", para "aniquilarlo". Basta no más con observar la forma como se entrenan a los soldados lavándoles el cerebro con las frases de matar, aniquilar, exterminar a los enemigos de la patria, etc. Y eso es responsabilidad política del gobierno nacional. Les dan órdenes de matar y cumplen con ellas. Si el Presidente cataloga a cualquier ciudadano como terrorista o enemigo de la patria, por diferir de su pensamiento, esa es una orden de aniquilar para una máquina de guerra. Es inevitable.

De alli que nos atrevemos a calificar como primer gran culpable de esta hecatombe moral, de este crimen de Estado al alto gobierno, y en él, como su primera cabeza, al Presidente. No hay otra conclusión. 



No exculpamos a los militares por sus crímenes, por su indolencia en el control o por el desorden en la guerra. Pero nos indigna que quieran ponerlos a ellos de cabeza de turco para que los mayores culpables, los deteminantes políticos puedan seguir orondos y tranquilos ante la certeza de que otros ya pagaron por sus decisiones. Ahí no puede quedar el ejercicio de "limpieza" del ejército. Esa es una felonía.

Así como se sanciona a los jefes de las guerrillas por los crímenes que cometen sus hombres, como en el caso de Machuca, igualmente el jefe de Estado, el presidente Uribe, debe responder civil y penalmente por los actos de "sus muchachos". Lo demás es hipocresía. Y con él su ministro Santos y demás autores intelectuales. Porque el problema no van a ser cien o doscientos jóvenes asesinados. Pueden superar el millar, y más, si se analiza que igualmente muchos de los asesinatos que se han hecho pasar como de la guerrilla pueden tener el mismo origen. Porque si en unos casos se actuó por necesidades militares, en otros se hizo en la guerra por la tierra.

En aras de la brevedad, suspendo aquí esta nota. La próxima ahondará en otros aspectos, como los de los carteles de las drogas, paramilitarismo, cultivos tecnificados de palma africana, etc.

La Valentía


Finaliza la serie de Jesús Mártínez Álvarez sobre las siete virtudes del gobernante.  Indudablemente un buen punto de partida para una reflexión sobre lo que debe ser el verdadero adorno de un gobernante.
Damos las gracias al autor por su deferencia al enviarnos sus materiales y permitirnos publicarlas. 




Las siete virtudes del gobernante (VII)

 

V A L E N T I A

 

Por Jesús Martínez Álvarez

 

VOLTAIRE afirmaba que la valentía no es una virtud sino una cualidad, quizá queriendo expresar que la valentía no tiene moral como si la tienen las  virtudes. La realidad prueba que así es: el homicida es valiente y lo es también el que arriesga su vida para cometer un ilícito.

 

Al margen de las épocas, las costumbres, las culturas, la valentía ha sido universalmente apreciada siempre, y tanto, que hasta el cobarde quiere parecer valiente y el temeroso hace todo lo posible para ocultar sus miedos.

 

Por ello es que, a pesar de su importancia como virtud del gobernante, la abordamos después de haber expuesto el valor de la integridad, la honestidad y la prudencia, porque sólo al lado de ellas la valentía adquiere el carácter de virtud.

 

Sin valentía, el gobernante tiende a paralizarse o a optar por la decisión menos riesgosa sin que necesariamente sea la mejor.

 

El gobernante está obligado a asumir riesgos, más allá de su propia seguridad, porque lo que está de por medio es el bien común, que generalmente no se construye con precaución excesiva o con decisiones a medias.

 

Los ciudadanos no eligen a un gobernante para que se mantenga a salvo sino para que ponga en juego su nombre, su esfuerzo y hasta su vida al servicio de las causas comunes.

 

Fácil sería para cualquiera que tenga la responsabilidad de gobernar parapetarse en la inmovilidad y esperar a que la inercia  o el tiempo solucionen lo que le corresponde a él solucionar. Puede que sobreviva y logre concluir su periodo, pero ese periodo habrá sido un tiempo socialmente perdido.

 

Suspendida la comunidad que dice gobernar, acrecentados los conflictos, arraigados los problemas, harán erupción algún día y la responsabilidad será de quien los ocultó bajo la alfombra para no enfrentarlos.

 

El valiente Don Quijote


La valentía, ya se sabe, no implica ausencia de temor, sino capacidad de superarlo, capacidad que a su vez requiere de visión para orientar el rumbo y decisión para actuar aun cuando la acción signifique algún costo.

 

El gobernante tiene la obligación de analizar los elementos que tenga a la mano (inteligencia política, no espionaje) y prever posibles escenarios antes de tomar una decisión, pero no puede, nadie puede, garantizar las consecuencias de sus decisiones. Por definición, las decisiones son inciertas. Si no fuera así, no serían decisiones.

 

Quien acepta la responsabilidad de gobernar asume, debe asumir, los riesgos inherentes. Si alguien privilegia la seguridad por encima de su deber… hay otros oficios  y actividades que le esperan. No la tarea de gobierno.

 

La recomendación genérica de BALTAZAR GRACIÁN:"pon un grano de audacia en todo cuanto hagas", es especialmente acertada en el gobierno porque sólo así quien lo encabeza puede responder a la expectativa de la sociedad, que no quiere parálisis ni indolencia, sino decisiones valientes que mantengan el barco a flote, pero sobre todo, que lo hagan avanzar.

 

En tiempos que van de prisa, no pueden ser lentos los cambios. Cierto como nunca, quien se detiene se rezaga porque la  velocidad de las transformaciones reclaman prudencia pero también valor. Sólo quien actúa oportunamente puede ofrecer avances. La inmovilidad puede ser propia del observador que requiere tiempo para expresar su análisis, pero no es aliento de gobierno porque éste es acción sin precipitación, acción sin aletargamiento, es decir, acción responsable y eficaz.

 

La valentía es condición imprescindible para el gobernante y exigencia de los gobernados. Acotada por virtudes de responsabilidad e integridad, el ejercicio de la valentía, y no su expresión retórica, constituye el marco de conducta que impulsa a los pueblos a ampliar sus horizontes. El gobernante que no lo hace, condena a la sociedad a la inacción, que rápidamente se convierte en inseguridad, injusticia social, rezago y marginación.

 

El gobernante debe ejercer la valentía a favor del bien común, más allá, mucho más allá, de la satisfacción de su vanidad o de la salvaguarda de su seguridad.

 

Si usted coincide conmigo en las siete virtudes que debe cultivar todo gobernante, o si su lista es diferente, de cualquier manera espero haber contribuido a enriquecer su reflexión para que entre todos seamos más demandantes y exigentes respecto de la conducta de quienes nos representan.

 

jema444@gmail.com

www.jesusmartinezalvarez.com.mx

 

POSTDATA:

La crisis económica es un fenómeno global que afecta a todos los países. Los EE.UU., donde se origina gran parte de ésta, deben, en un acto de responsabilidad social y solidaridad humana, levantar temporalmente el embargo a Cuba, que padece los azotes de la naturaleza que han dañado a cientos de miles de personas del hermano país de Cuba.

 

Hacerlo no implica ninguna derrota, sencillamente sería un acto de humanidad.


Ilustraciones: Santiago Carusowww.caruso-art.blogspot.com/