14 de agosto de 2008

De los siete pecados a las siete virtudes del gobernante



J
esús Martínez Álvarez es un político mexicano, que ejerce el pensamiento. Casi que por ello podríamos decir que no es político. Pero aunque parezca raro, si se compara con nuestra fauna nacional, sí lo es. Y dadas que sus reflexiones son interesantes, pues las vamos a reproducir en nuestro blog con alguna regularidad. Al final está su dirección personal y el de su página web, para aquel que desee consultar más su producción. Atte: La Redacción.


Por Jesús Martínez Álvarez


Hace algún tiempo escribí en este espacio, sin ninguna pretensión de verdad última sino como invitación a la reflexión, lo que denominé los siete pecados capitales del gobernante. A partir de su publicación recibí numerosas peticiones- creo que es el mayor número de correos que he recibido – para que les hiciera llegar una copia de cada uno.

Estos artículos – vuelvo a insistir - fueron hechos como una invitación a la reflexión y con ese mismo espíritu de convocatoria, inicio ahora la serie de lo que son o deben ser las siete virtudes capitales del gobernante.

Podemos coincidir usted y yo acerca de estas virtudes. O quizá no. De cualquier manera, el ejercicio tendrá sentido si las actualizamos y aplicamos al gobernante en turno de cualquiera de los tres niveles de gobierno, y si además nos mueve a la reflexión para que de lo que digan y hagan los políticos en su carácter de candidatos o gobernantes, agreguemos otra medida para evaluar promesas y desempeños.

¿Y por qué meditar acerca de las siete virtudes del gobernante? Me parece que la razón fundamental es que la política puede tender cada vez más a ser el territorio del pragmatismo, seguidora de las circunstancias, subordinadas de las conveniencias, sin espacio para el compromiso cotidiano y de largo plazo, de manera que puede terminar por semejarse más a la técnica de la sobrevivencia y del ascenso que a lo que es: una actividad social y trascendente.

Puesto que el ejercicio del poder incide en la vida de miles o de millones de personas, no debe sujetarse solamente a los límites que la ley impone sino agregar a ellos referencias claras de desempeño de carácter ético.

En virtud de la demanda social de resultados y debido a la necesidad del político de recuperar, consolidar o acrecentar su prestigio, a veces la medida de su actuación se deposita en los resultados.

Es una buena medida, desde luego, pero suele ser tardía. Los llamados juicios de la historia se reducen a la condena o al reconocimiento extemporáneo. Necesitamos medidas que puedan aplicarse al diario desempeño y que le permitan a la sociedad alentar lo que aprecia positivo y frenar lo que estima inaceptable.

Por ejemplo, la honradez es condición innegociable, puesto que la falta de ella traiciona la confianza y reduce las posibilidades de desarrollo. Y estaremos de acuerdo en que la obligación de ser honrado está por encima del signo ideológico de un gobierno o de un gobernante.

De esto se trata precisamente: de proponer las siete virtudes mínimas que deben poseer y cultivar quienes gobiernan y que deben exigirles quienes les han confiado la grave responsabilidad de administrar los recursos públicos, crear condiciones de desarrollo, impulsar el trabajo y la creatividad, garantizar la seguridad y la paz social, construir infraestructura, impulsar la educación y la salud, asegurar la vigencia del derecho, promover la generación equitativa de oportunidades, y todas aquellas funciones que corresponden a un gobierno.

La identificación de estas siete virtudes puede contribuir a la conformación de una sociedad más alerta y analítica, a la vez que puede constituir una referencia para evaluar la función pública tanto de una administración como de quienes la integran.

Pero hay un beneficio más trascendente: sustentar el ejercicio del poder en la vigencia de valores, muy superiores a los recursos retóricos, a las técnicas de mercadotecnia o a las tentaciones de la moda, a las que algunos se acogen para aparentar modernidad o vanguardia.

La tendencia que parece imperar es la de colocar al pragmatismo como virtud suprema, lo que no sería un mal mayor si no fuera porque ello supone otorgarle el mando a las circunstancias, a las cuales hay que seguir, adaptarse y hasta obedecer si fuera preciso.

Bajo esta visión, el pragmatismo sustituye al compromiso. Y sin compromiso de largo plazo, congruente y fundado, el ejercicio del poder se vuelve caprichoso, puesto que se caracteriza por la respuesta rápida, voluble, circunstancial.

La conducta pragmática puede ser útil a condición de que no se extienda su imperio a tal grado que violente cualidades irrenunciables en un gobernante.

¿Y cuáles deben ser estas cualidades o virtudes? Usted seguramente tiene una lista.

Cada una de las siete virtudes del gobernante, de mi lista, aparecerá publicada cada quince días y así podré tener la oportunidad de abordar y reflexionar oportunamente sobre los temas importantes del momento.

jema444@gmail.com

www.jesusmartinezalvarez.com.mx

11 de agosto de 2008

Mamerías

Por Acidonitrix


Don Ramón Gómez de la Serna, destacado intelectual español, inventó las greguerías, una forma punzante y poética de decir en pocas palabras, pero hermosas, realidades presentadas en forma sorprendente. Este modesto colaborador no tiene la formación ni la enjundia de tan distinguido escritor, pero sí lleva en sus venas la sangre de los “mamagallistas” de Lebrija. De ahí nuestras “mamerías”.



De la concha 'el gurre



No me dirán que no existe un pequeño parecido entre estos dos augustos personajes, cuyo nombre los identifica.

Aunque uno no tiene la culpa de que su nombre lo empleen para designar al otro, no lo es menos que el último, es decir el supuesto homínido, carga, como una coraza, la concha del primero. En fin, por algo sus paisanos lo llaman "El Gurre Valencia".

Y tiene más concha que un armadillo porque se vino a proponer una reforma a la justicia en momentos providenciales. Sí. Cuando las investigaciones sobre la penetración del narcotráfico afecta a uno del clan gurre, perdón, Valencia Cossio. Nada menos que al jefe de la fiscalía en Antioquia, cuyo nombre es bueno recordar:
Guillermo León Valencia Cossio. Por supuestas amistaden non sanctas. Casi nada: en relaciones inocentes, claro está, con la oficina de Envigado. De tan ingrata memoria. Mejor, de aterradora memoria. Dios los hace y el diablo los junta.

Rogamos al altísimo que tan honrable personaje sea bien protegido por la concha'el gurre. Ah, y que lo nombren ministro. No faltaba más.



Ilustraciones:
http://www.asterixweb.it/acidonitrix3p.gif
http://www.elpais.com.co
http://1.bp.blogspot.com/_hlj-auufJQI/SKDvw5Q3SJI/AAAAAAAAAGw/oETX9tkstmE/s1600-h/gurre+2.png