24 de enero de 2013

¿Se le olvida a la Iglesia?


Por Koestler


Tradicionalmente la Iglesia, instrumento de poder, adapta sus criterios a los intereses del momento. Es camaleónica. Se pinta de muchos colores para sobrevivir, como cuando, bajo el imperio romano pasó de ser perseguida a Iglesia oficial y después a perseguidora, con las cruzadas, la 'Santa Inquisición', o la conquista de América, para citar sólo algunos ejemplos. Como ejemplo, traemos ahora su persecución contra los gays y sus unniones, que, de paso, le sirve para que las personas olviden sus escándalos por pedofilia en todos los países y lugares, a todas los niveles de su estructura jerárquica. 

Veamos a continuación el artículo aparecido en el Espectador.com, respecto a las ceremonias religiosas gay de la Iglesia en el medioevo. 

La tradición cristiana de uniones homosexuales

Por: Mauricio Rubio

John Boswell (1947 - 1994) fue un historiador norteamericano, doctorado en Harvard y fundador del Flags (Fund for Lesbian and Gay Studies) en la Universidad de Yale. 

Tras enterarse de una ceremonia mencionada en el Euchologion (1667), del dominico Jacques Goar, en la cual se solemnizaba una amistad especial entre dos hombres, Boswell recorrió durante una década bibliotecas europeas, encontrando varias versiones del mismo ritual, “equivalente obvio de la ceremonia medieval de matrimonio heterosexual”.

La mayoría de esas liturgias fueron escritas en griego. Inicialmente, la boda homosexual no era más que un conjunto de oraciones. Para la época de su florecimiento en el siglo XII ya se trataba de una compleja ceremonia con “encendido de velas, colocación de las manos sobre el Evangelio, cubrimiento con la estola del sacerdote, letanía introductoria, coronación, oración al Señor, comunión, un beso y, a veces, vueltas alrededor del altar”.

En la celebración eran usuales los rezos invocando a santos homosexuales, en particular a Sergio y Baco, dos soldados romanos de finales del siglo III que forman el arquetipo de pareja de santos del mismo sexo. Ambos cristianos, se habían hermanado de una manera que recordaba el matrimonio. Todo indica que mantenían un solo hogar, pues compartían la servidumbre. Severo, obispo de Antioquía en el siglo VI, compuso una homilía en su honor. A Sergio se refiere como el “dulce compañero y amante de Baco” y afirma que no sólo se amaban sino que eran similares en “tamaño, apariencia, grandeza y juventud de cuerpo y alma”. Cuando el emperador los obligó a vestirse como mujeres, la respuesta de los santos gays fue que si el atuendo femenino no impedía honrar a Dios, ellos no tendrían inconveniente en usarlo.

Según Boswell, la primera pareja de santas lesbianas fue la de Perpetua y Felicitas, matrona noble y esclava martirizadas en Cartago hacia el año 200. Cada una tenía un hijo y Perpetua era casada. Un siglo más tarde, San Poliecto y San Nearco fueron descritos como “hermanos, no por nacimiento, sino por afecto”. San Sebastián es considerado el patrón de los gays católicos.

En su diario de viaje por Italia a finales del siglo XVI, Michel de Montaigne relata haber conocido en Roma al testigo de una boda homosexual. Se trataba de unos portugueses “casándose en una misa, con las mismas ceremonias que utilizamos en nuestros matrimonios, comulgando juntos, leyendo el mismo evangelio de nupcias y después durmiendo y viviendo juntos. Los expertos romanos dicen que puesto que la unión carnal entre hombre y mujer sólo la legitima esta circunstancia, les había parecido apenas justo autorizarles las ceremonias y misterios de la Iglesia”.

Encomiables el sentido común y el pragmatismo de los prelados referidos por Montaigne. Cinco siglos después, la misma Iglesia insiste en que algunas personas deben amarse dentro del pecado, obligándolas a fornicar. Qué paradoja que una tradición y unas liturgias cristianas del medioevo, con sus santos y sus santas, parezcan hoy subversivas.