23 de julio de 2010

¿Un burro hablando de orejas?

ENOTA: El escándalo del agónico gobierno de Uribe no tiene sino dos fines claros: por un lado, ocultar, tras una cortina de ataques combinados de mentiras y verdades a medias, su obscuro pasado; por otra, dejarle a Santos una herencia de problemas complicados.

Porque a Uribe sólo le conviene la confrontación y seguir mangoneando el país. Le será difícil tener a Santos de monigote. Pero lo intentará.

Para que la gente reflexione sobre lo afirmado por el gobierno y los antecedentes del conflicto con Venezuela, les dejamos aquí una pequeña muestra. De todos modos nos preguntamos: ¿por qué Chávez no aprovecha para demandar a Uribe ante la ONU por promotor del narcoterrorismo? Pruebas existen. Y muy graves.

Una cosa es la verdad y otras las mentiras agenciadas por los medios.

Uribe, paramilitar y narcotraficante


Un ex jefe de informática del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), Rafael García, presentó nuevas denuncias y pruebas sobre los vínculos de Álvaro Uribe con narcotraficantes y paramilitares.

En un informe entregado hace dos meses a autoridades de los Estados Unidos, García relata "cómo desde el propio DAS se conformó una red de narcotráfico y lavado de dólares con la participación de paramilitares del bloque norte y el frente contra-insurgencia wayúu". Según García, "ese grupo se organizó en 2003 y fue bautizado como el cartel de las tres letras en alusión a las siglas del DAS" (Noticias Uno, en Canal Uno).

García denuncia que Jorge Noguera (ex director del DAS nombrado por Uribe, detenido por homicidio y concierto para delinquir) estableció vínculos con el cartel de los Beltrán Leiva en México. Así organizó el envió de lanchas rápidas con droga hacia ese país desde donde los mexicanos se encargarían del traslado a la Costa Este de EEUU. Se decidió entonces enviar el dinero desde Estados Unidos vía "correos humanos", quienes eran recibidos por funcionarios del DAS que aseguraban su paso por los controles sin problemas. De igual manera se establecieron rutas alternativas con paso por Panamá hacia la Florida. El mecanismo fue ideado por Ilia Babativa, subdirectora para asuntos migratorios del DAS.

En el informe se señala que Uribe conocía y aprobaba estas actividades delictivas y los lazos con los bloques paramilitares. Es más, García informa cómo, al día siguiente a su asunción presidencial, Uribe se reunió en la ciudad de Valledupar con políticos cercanos al bloque norte paramilitar y con Sergio Araújo Castro, asesor cercano y testaferro de "Jorge 40" (reconocido paramilitar y narcotraficante), hermano del recién elegido senador Álvaro Araújo Castro y de la ministra de cultura María Consuelo Araújo Castro. Hay más. García cuenta que en una reunión secreta con Noguera y Uribe, éste les ordenó que le entregaran la información a los paramilitares.

Hasta el año pasado, el DAS funcionaba (como dicta la Constitución) bajo el mando y supervisión del poder ejecutivo, hasta que el escándalo por el espionaje del DAS a congresistas del Polo Democrático forzó el trapaso de esa función a la policía nacional... "En el 2003 -cuenta García- Jorge Noguera creó un grupo especial, y clandestino, con la misión de infiltrarse en Venezuela para, supuestamente, ubicar a miembros de la subversión refugiados en ese país" (ídem). La creación del grupo fue encargada a Jacqueline Sandoval Salazar (actual directora del DAS en Antioquia) quien fue premiada con el ascenso a subdirectora de contra-inteligencia del DAS y luego a directora general operativa.

En una reunión posterior se definió fortalecer los bloques de las "autodefensas" (paramilitares) en los departamentos de Norte de Santander y Arauca para combatir la guerrilla e infiltrarse con mayor facilidad en Venezuela "cuando fuera necesario" (ídem). Desde allí se aprovecharía para poder transportar droga por territorio venezolano.

El gobierno norteamericano todavía "evalúa" si el testimonio de García "presta méritos para establecer procesos judiciales" (ídem) y si puede entrar al programa de protección de testigos. Si Uribe extraditó a los principales cabecillas paramilitares cuando se disponían a confesar e inculparlo no sería raro un atentado contra la vida de García (actualmente preso) en poco tiempo...

Andrés Ravignani (desde Colombia)
PO

21 de julio de 2010

El día que le pegamos a Llorente....

Por el tono irreverente en que está escrito el episodio del 20 de julio de 1810, no deja de ser verdadero. El autor es un investigador de nuestra historia nacional, y, en especial, de la gesta comunera. Aún se halla en deuda con nuestro pueblo colombiano con la publicación de este trabajo.

Invitamos a los visitantes del blog a que lean el material, lo discutan y difundan, pues es esencialmente apegado a la realidad de los hechos. Lo demás es la parafernalia con la que los del establecimiento quieren adornar sus hechos para que seamos "patriotas", que en el fondo equivale a "idiotas".


El día que le pegamos a Llorente
(20 de julio de 1810)

La Plaza Mayor de Santa Fe de Bogotá, escenario de los dramáticos sucesos que se narran en esta historia de floreros, reyertas y revoluciones patrióticas. Era, como siempe suele ocurrir, un día de mercado.

Me acuerdo muy bien: todos nos levantamos muy temprano ese día.

Era viernes. Los mercachifles y marchantas del mercado semanal, en número mucho mayor que el acostumbrado, ocuparon sus puestos en la Plaza Mayor, que ahora le llaman "de Bolívar", con tal orden y disciplina, que ya a las cuatro y media de la mañana estaba cada uno en su lugar, con sus achicorias, arracachas, coles y verdolagas dispuestas para el regateo. Había un silencio raro en el aire y se percibía una tensión general, como si todos supieran que algo muy gordo estaba a punto de suceder. Hasta los perros de los marchantes, con las narices mojadas por la niebla fría del amanecer, vigilaban anhelantes la esquina del Cabildo, las ventanas del Palacio del Virrey, la explanada del Colegio de San Bartolomé y la puerta de la Cárcel Mayor.

A las cinco en punto comenzó la misa en la Catedral, que a esa hora estaba ya repleta hasta los topes. Todos los adultos comulgaron, mirándose con recelo los unos a los otros. Los señores chapetones y sus familias, ocupando los bancos mas cercanos al altar, echaban de vez en cuando miradas de odio y desprecio a los criollos y sus familias, que se mantenían todos agrupados más atrás, muy dignos, en las bancadas cercanas a la puerta. El populacho, la plebe, la chusma, es decir el pueblo humilde, honrado y trabajador, oía la misa y se rascaba los piojos de pie, en las naves laterales, donde las imágenes de los santos milagrosos miraban al cielo con expresión de sufrimiento, agobiadas por el olor a ruana sudada, alpargata macerada y enjalma inmemorial.

Todos estaban nerviosos, aunque todos estaban estragados por el sueño y el cansancio. Nadie había dormido la noche anterior. En las casas de los criollos más notables se había permanecido en vela, y grupos de campesinos y arrieros "voluntarios" habían montado guardia en los portones y zaguanes, porque corría la voz de que los chapetones planeaban asesinar a las diecinueve familias más importantes de la cachaquería. Circulaba una lista, supuestamente hecha por los españoles, en que constaban los nombres de los jefes de esas familias: el señor Emigdio Benítez Plata en primer lugar, don Camilo Torres en segundo, don José Acevedo y Gómez en tercero... A este plan siniestro se le había dado el nombre de "La Conspiración Infiesta", porque era precisamente el señorInfiesta, oidor de la Real Audiencia, quien había dicho en corrillo de amigos y compadres que era necesario eliminar a los criollos de más prestigio para garantizar el orden y la tranquilidad. El señorInfiesta pertenecía a esa clase de cretinos que creen posible tranquilizar al pueblo asesinándole su gente.

Los chapetones también estaban agotados, porque entre ellos había corrido el rumor de que esa noche los criollos iban a hacer una matanza general de españoles. Por eso, aunque se habían ido a dormir temprano, se les había pasado la noche revolcándose en la cama, intranquilos, tratando de creer en las palabras del oidor Hernández de Alba:

    --"Los americanos son como los perros sin dientes: ladran, pero no muerden".

Yo también estaba sin dormir, porque mi papá me había llevado a la casa del sabio Caldas, donde se hizo una reunión en la que participaron don Camilo Torres, don Frutos Joaquín Gutiérrez, don José Acevedo y Gómez, don Miguel Pombo, don Francisco Morales, y otros varios cachacos de lo más fino. Recuerdo que don Camilo Torres, muy elegante con su casaca de paño color carmelita y sus pantalones de lino blanco, se paseaba de un lado a otro y dos o tres veces se lamentó de la ausencia de don Antonio Nariño. Ya hacía dos meses que los malditos chapetones habían mandado a Nariño a Cartagena, con grilletes en las manos y en los pies, porque sospechaban que don Antonio estaba preparando un motín para disolver al Reino. Recuerdo también que a mí, por ser niño, me dieron agua de panela y unas galletas, y que ellos tomaron café con excepción del sabio Caldas, que prefería el "té de Bogotá", traído de la finca de Nariño.

A mí me gustaba mucho estar cerca de Caldas, porque parecía como un niño, con la casaca abierta y la camisa desabrochada, siempre dibujando mamarrachos y fórmulas incomprensibles en sus cuadernos de apuntes. Esa noche, mientras don Camilo Torres daba instrucciones severas a todos y explicaba que era necesario provocar un incidente violento con los chapetones, haciéndolos aparecer a ellos como culpables, porque, según decía, "para asegurar el éxito es necesario que la chispa incendiaria parta del vivac enemigo", Caldas dibujó en un pedazo de papel un óvalo cruzado por una raya, más o menos así:



y me preguntó:

--"A ver, jovencito, ¿qué significa esto?"

Yo examiné el enigma desde la altura de mis doce años y le contesté sin vacilar:

--"O larga y negra partida". El se echó a reír y me dijo:

--"Esa interpretación vale para cuando a uno lo van a fusilar: ¡Oh, larga y negra partida...! Por ahora la explicación es otra, y yo se la resumo diciendo que basta con partir un solo eslabón para que se rompa toda la cadena".

Don José Acevedo y Gómez, que oyó estas últimas palabras, comentó: --"Eso es muy cierto. Y lo que necesitamos en este momento es saber cual es el eslabón que conviene partir".

Luego se llevó a mi papá a un rincón y le habló en voz baja. Los ví discutir unos instantes. Después de eso mi papá vino y me ordenó:

--"Vaya y acuéstese en la otra pieza. Duérmase, porque mañana tenemos mucho que hacer, y yo lo voy a necesitar para que traiga y lleve recados".

Yo le hice caso porque me di cuenta de que ellos querían discutir lo del eslabón sin que mis orejas pudieran oir. Mi papá era admirador de Rousseau y a mí me educaba según el método propuesto en el "Emilio", y por eso para mí era muy fácil obedecerle. Yo confiaba en él.

He contado todo esto para que ustedes entiendan que al amanecer del 20 de julio de 1810 todos los habitantes de Santafé estábamos trasnochados y nerviosos. Todos, excepto don José González Llorente y su familia. Ellos eran los únicos que habían dormido tranquilos, porque don José González Llorente era un pan de Dios que nunca se metía en chismes, jamás hablaba de política con nadie, y por lo tanto él y su familia eran los únicos en todo el virreinato que no sabían lo que estaba pasando.

Don José González Llorente era chapetón, nacido en Cádiz, pero se había casado con una criolla, a la cual amaba y respetaba con veneración. Aparte de sus hijos y de su mujer, don José González Llorente mantenía en su casa a doce mujeres más: once hermanas de su esposa y la mamá de todas. Era, en consecuencia, un santo, y Dios lo debe tener en su gloria. Su generosidad era proverbial, su simpatía por los criollos evidente, su tienda estaba muy bien situada, a pocos metros de la Catedral, bien surtida con paños y manteles y vajillas y cristales y floreros. Yo lo quería, porque siempre me regalaba algún dulce y me acariciaba la cabeza cuando yo iba a recoger los tabacos para mi papá.

Apenas terminó la misa todo el mundo se desbandó para sus casas. Don José González Llorrente, sus hijos, su mujer, su suegra y sus once cuñadas, seguidos por cuatro sirvientas almidonadas y un criado adolescente, se fueron muy en fila y se encerraron en su domicilio, sin hablar con nadie y pensando solamente en Cristo y sus apóstoles.

La niebla de la mañana se había disipado. En la Plaza Mayor el mercado hervía de susurros y cuchicheos, pero en toda la ciudad se alcanzaba a oir el ruido que hacían la cachaquería y la chapetonería, a unísono, sorbiendo en sus hogares el chocolate caliente, el caldo de pollo y el cuchuco suculento del almuerzo. Gente timorata, zanahoria y rinconera, los santafereños de lustre refocilaban el estómago después del extenuante esfuerzo de oir misa.

A las nueve de la mañana don José González Llorente abrió su tienda, situada en la Calle Real, ahí mismo donde está ahora la llamada "Casa del Florero". En ese momento yo estaba en mi casa, a cuatro cuadras de allí, recibiendo la siguiente orden de mi papá:

--Vaya donde el señor Llorente y observe la situación. Si ocurre alguna novedad, avísele a don José Acevedo y Gómez y después véngase a ver en qué lo necesito".

Yo salí corriendo a cumplir el encargo, y llegué a mi puesto de observación en el preciso instante en que los hermanos Morales se dirigían al señor González Llorente con estas amables palabras:

    --"Oiga usted, señor, venimos a que nos preste el florero bonito ese que tiene para adornar la sala en la que vamos a darle la recepción a don Antonio Villavicencio. Ya sabemos que usted es un chapetón recalcitrante y que nos odia a los criollos, pero suponemos que no será tan grosero como para faltar a las reglas de la hospitalidad. ¿No es así?"

El pobre don González Llorente se puso colorado, y tartamudeando de la sorpresa, contestó:

    --"¿Pero de dónde sacan vuestras mercedes, señores míos, que yo odio a los criollos? ¿Y por qué me hablan vuestras mercedes en ese tono tan insultante? ¿Les he faltado yo en algo alguna vez, he sido desatento con vuestras mercedes o con vuestras honradas esposas o madres o hermanas? ¡Por supuesto que pueden vuestras mercedes disponer del florero, y de toda mi tienda, que a mí no me importa si el agasajado es criollo o chapetón!"

    --"¡Ajá! -respondió el más joven de los Morales- ¡De manera que insulta a nuestras madres, y esposas, y hermanas! ¡De manera que dice que no le importan, que se caga en los criollos! ¡De manera que se niega a prestar el florero, solamente porque el agasajado es criollo! ¡Viejo cabrón, miserable, chapetón de mierda, ahora mismo vas a a ver cuánto valemos los criollos!"

La famosa bofetada que uno de los Morales dio al pobre señor Llorente condujo, según dicen los señores historiadores, al nacimiento de la Patria. Según eso, yo fui uno de los testigos más cercanos en ese parto doloroso, según se puede observar en este grabado histórico. Yo soy, naturalmente, el mocoso que tiene las manos en los bolsillos.

El tumulto que se armó entonces fue tremendo. La gente se arremolinó, gritando contra el pobre señor González Llorente, y a mí me dió la impresión de que todos sabían exactamente cómo tenían que moverse y qué tenían que gritar. Todos, menos don José González Llorente, que estaba muy aturdido, muy azorado, muy sorprendido y muy achicopalado. En esto llegó don Francisco José de Caldas, con sus botas muy lustradas y su cuello de encaje, y una sonrisa maliciosa en la mitad de la cara, y saludó muy amablemente a don José González Llorente. Eso me pareció muy absurdo, y al comienzo no entendí por qué Caldas hacía eso. Era imposible que él no se hubiera dado cuenta del tumulto. Pero comprendí de qué se trataba cuando uno de los Morales le dijo:

    --"Señor Caldas, es increíble que usted salude con amabilidad a este chapetón miserable, que ha insultado a los criollos, que ha dicho que se caga en todos nosotros, y que se ha negado del modo más vulgar y soez a cumplir con los deberes de la hospitalidad".

Caldas miró a los Morales, a la muchedumbre, a don José González Llorente que estaba congestionado por la sorpresa, la humillación y el espanto, y dijo con una tranquilidad brutal, amable y sonriente:

    --"Pues si es verdad lo que vuestras mercedes me dicen, tengo que retirar el saludo que acabo de ofrecer".

Don Gónzalez Llorente pareció hundirse en el abismo de un colapso cardíaco. La multitud volvió a gritar y yo salí corriendo de allí y me fuí a contarle todo a don José Acevedo y Gómez, como mi papá me había ordenado, y luego me dirigí a toda velocidad a la casa, a esperar instrucciones.

Mi papá se mostró muy satisfecho de mi prontitud y disciplina, y me dio un buen chocolate con colaciones. Estábamos en esas cuando llegó, muy agitado, nuestro pariente y amigo don José María Carbonell, diciendo que a don José González Llorente le habían dado una paliza fenomenal, y que la muchedumbre andaba cazando ahora a un oidor -no recuerdo su nombre-, y que ya era hora de poner en movimiento "la máquina popular". Mi papá estuvo de acuerdo y me dijo:

--"Váyase ahorita mismo con José María, obedézcalo en todo, no se separe de él y pórtese bien. Ahora es usted un ciudadano y un patriota".

Me miró a los ojos con mucho cariño y me dio una palmada en el hombro. Yo le besé las manos y me fui con Carbonell, que parecía un torbellino.

Nos trepamos por la Candelaria, hasta el barrio de Egipto, y Carbonell alborotó allá a más de dos mil personas que se bajaron hasta la Plaza Mayor con palos y picas y piedras y cuchillos. Después corrimos hasta San Victorino y de ahí trajimos a tres mil energúmenos dispuestos a desbaratar el Reino a patadas. Lo mismo hicimos en el barrio de Las Nieves. En suma, nos recorrimos en unas horas todos los huecos de Santafé donde había pobres y chusma, y a las seis de la tarde teníamos una muchedumbre enfurecida en la Plaza Mayor, varios oidores presos, los chapetones escondidos en los entretechos de sus casas y los criollos repartiendo órdenes, contraórdenes y desórdenes.

Lo demás ya lo conocen ustedes, porque fueron a la escuela y ahí les echaron el cuento completo. Sabrán, por lo tanto, que mientras José María Carbonell alborotaba a los artesanos, peones y obreros, don Francisco Morales, cumpliendo órdenes del doctor Azuero Plata, comunicaba al cuartel del Regimiento Auxiliar la noticia de los alborotos y lograba que el jefe de dicha fuerza, don José Moledo, se uniera con su batallón a las fuerzas patriotas. Entretanto, los criollos más notables se autodesignaron con el título de tribunos o portavoces del pueblo, y en nombre del pueblo enviaron emisarios al virrey con la petición de que permitiera realizar de inmediato un Cabildo Abierto. El virrey, señor Amar, terco y porfiado como un ladrillo gallego, se negó repetidas veces a conceder el permiso y al promediar la tarde, con torpe arrogancia, recibió al último de los comisionados, don Ignacio de Herrera, con la tajante expresión "¡Ya he dicho!" y luego le volvió la espalda de manera insultante.

Yo estaba ya de regreso en mi casa cuando llegó allí un mensajero con el cuento de lo que había dicho el virrey. Mi papá, alarmado, comentó:

--"Eso quiere decir que el señor Amar se propone aplastarnos a sangre y fuego".

Pero a los cinco minutos llegó otro mensajero con la información de que don Juan Sámano le había pedido autorización al virrey para sacar las tropas regulares a la calle a fin de restablecer el orden a balazos y que el virrey le había negado ese permiso y en cambio le había ordenado mantenerse quieto en su cuartel. Al oír esta noticia, mi papá se quedó como atontado y uno de los criollos presentes, no recuerdo cuál de ellos, dijo con una sonrisa:

--"Eso quiere decir que el señor Amar es bobo de remate, y que ahora podemos hacer lo que se nos dé la gana".

Dicho y hecho. Los miembros del Cabildo y los notables criollos decidieron realizar el Cabildo Abierto sin la licencia del virrey y comenzaron a enviar las citaciones, a convocar a la muchedumbre que recorría las calles, enardecida y furibunda, y a organizar los piquetes de vigilantes y activistas. A las cinco de la tarde, una horda de lagartos, aduladores, tinterillos, chismosos, oportunistas y sapos de todos los colores, llegaron donde el señor virrey a contarle que los criollos iban a pasar por encima de su autoridad. El señor virrey dijo entonces:

    --"He dicho que no habrá cabildo sin mi permiso. Si son tan subversivos que se atreven a hacerlo, entonces les doy permiso para que hagan Cabildo Extraordinario".

Cuando la muchedumbre alborotada oyó esto, la carcajada fue inmensa y toda la revolución estuvo a punto de fracasar, porque la gente se desmayaba de la risa. La seriedad revolucionaria se restableció cuando don José Acevedo y Gómez se trepó a un balcón y gritó con todas sus fuerzas:

    -- "¡Esta vaina no es una fiesta, carajo! ¡Con semejante indisciplina es imposible organizar el desorden! ¡Si dejamos pasar este momento de verraquera, si no aprovechamos la papaya que nos están dando, antes de doce horas los chapetones nos van a hacer comer mierda a todos juntos!"

Esta es la frase inmortal que, por respeto a las señoras, las señoritas y los niños, la historia oficial ha registrado así:

    - "¡Si perdéis este momento de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes!"

Sea como fuere, el pueblo quedó tan impresionado con la vibrante elocuencia de don José Acevedo y Gómez, que desde ese mismo momento lo bautizó con el apodo de El Tribuno del Pueblo .

A las seis de la tarde una inmensa multitud llenaba la Plaza Mayor y todas las calles adyacentes. Todas las campanas tocaban a rebato. La guardia de la cárcel intentó hacer una salida contra el pueblo, pero fue desarmada y bombardeada con piedras, tomates, verduras, huevos podridos, escupitajos y toda clase de insultos por las gloriosas masas revolucionarias que con abnegación y heroísmo dieron así una prueba suprema de patriotismo inmortal. Los pobres guardias, molidos a palo y cubiertos de saliva proletaria, fueron encerrados en la misma cárcel que debían guardar.

A las seis y cuarto, más o menos, comenzó a sesionar el Cabildo Extraordinario, como decía el ridículo permiso del virrey. Yo estaba en la plaza, al lado de mi papá y de José María Carbonell, y ví que éste último hacía una seña a un vecino notable, quien de inmediato pidió la palabra y propuso que se eligiera por aclamación a don José Acevedo y Gómez como Tribuno del Pueblo. Así se hizo, con ruidosa aprobación de la muchedumbre. Alguien señaló entonces que la muchedumbre no podía votar porque el Cabildo era Extraordinario y no Abierto, y por lo tanto no era permitida la votación general. Don José Acevedo y Gómez dijo entonces:

--"¡Pues que la asamblea se constituya en Cabildo Abierto, y que el Cabildo Extraordinario se vaya al diablo!" --Y así se hizo.

Acto seguido, don José Acevedo y Gómez volvió a tomar la palabra y exigió, en nombre del pueblo, que se designara una Junta encargada de asumir el mando, y que cada uno de sus miembros debía ser aclamado por el pueblo. En ese momento llegó un mensajero diciendo:

--"Que el señor virrey manda decir que él se ofrece a ser el presidente del Cabildo".
Esto produjo otro despelote de risas y carcajadas. Don Ignacio de Herrera le dijo al mensajero:

--"Vaya y dígale al señor virrey que ya es tarde".

A todas estas, yo me mantenía callado y serio observando los acontecimientos. A pesar de toda la euforia popular y de las expresiones de entusiasmo de mi papá y de todos los notables, yo estaba triste. José María Carbonell me preguntó:

--"¡Qué te pasa, muchacho? ¿No te gusta ver el nacimiento de una Patria?".

Yo le contesté:

--"Sí, me gusta, pero me da tristeza pensar en el señor Llorente. Él es una buena persona, y hoy lo hemos maltratado todos de la manera más horrible. Me da pena y vergüenza".

Carbonell se quedó mirándome fijamente, con esos enormes ojos negros que tenía, y me dijo:

--"Tienes razón. Mañana iremos juntos a la cárcel y le llevaremos comida, ropa y algunos libros".

Fue así como supe que al pobre don José González Llorente lo habían metido en el calabozo después de apalearlo, insultarlo y ultrajarlo. Ya nunca más volvería a tener su tienda bien surtida, ni me acariciaría la cabeza cuando yo fuera a comprar tabacos para mi papá, ni saludaría a los vecinos con esa voz ronca y tranquila que tenía. Ya nunca más volveríamos a verlo en su peregrinación dominical a la iglesia, muy compuesto, con su mujer, su suegra y sus once cuñadas, sus hijos y sus sirvientes. Sentí un sabor amargo debajo de la lengua.

Y más detalles de ese día no les puedo dar, porque me fui para la casa. Después supe que se había formado la Junta, que se había obligado a los militares a jurar obediencia al nuevo gobierno, que el virrey Amar había tenido que ceder a todas las exigencias de los patriotas, que se había dado libertad al canónigo Rosillo, quien desde hacía meses estaba preso por conspirador, y que cuando los miembros de la Junta fueron a visitar al señor Amar al palacio virreinal, se le dio orden a la guardia de presentar las armas "ante el pueblo soberano". Yo lamenté no haber visto eso personalmente, porque esa vez, el 21 de julio de 1810 por la mañanita, fue la primera ocasión en la historia de Colombia que se usó la expresión "el pueblo soberano" de manera pública, abierta y oficial. Parece también que ha sido la única vez que se respetó el significado de esa expresión. Pero esa es otra historia.

Solamente les quiero contar, para terminar con este relato, que algunos meses más tarde salió del calabozo donde los criollos lo habían encerrado, aturdido, humillado y desconcertado, don José González Llorente. Se fue para La Habana, en compañía de sus trece mujeres sollozantes y de tres sirvientes y un perro, y desde allá mandaba a veces cartas preguntando por qué lo habíamos tratado tan mal. Nadie le contestó nunca y no se le volvió a ver por aquí.

Años más tarde visité en la cárcel a Caldas pocas horas antes de que lo fusilaran.

­--"Ahora -me dijo- es el momento de usar la O larga y negra partida". Y agregó: "Espero que hayas aprendido algo útil en estos años que hemos estado haciendo Patria". --Yo le contesté, pensando en don José González Llorente, en sus trece mujeres, en su perro, en sus sirvientes y en sus hijos:

--"Si, he aprendido que para hacer una Patria nueva hay que cometer infamias".

Caldas sonrió amargamente y me dió un abrazo muy largo y apretado, y yo le dejó una lágrima rodando por la manga de su camisa desabrochada. No pudimos hablar más. Al amanecer lo fusilaron y le cortaron la cabeza.


Estocolmo, julio de 1996.

Carlos Vidales

20 de julio de 2010

Reflexiones sobre el bicentenario colombiano


Por Nicolás Bigio

Mapa original de la Gran Colombia (la parte anaranjada fue disputada con el nuevo estado peruano post-1821)

Desde mediados del 2009 Hispanoamérica viene celebrando varios bicentenarios. Hoy, 20 de julio, es la fecha oficial en la cual Colombia conmemora sus 200 años. Este hecho de por sí nos trae varias reflexiones:

1) La lucha inicial por la separación de España no se dio inicialmente bajo líderes e ideologías republicanas e independentistas. Más bien, fue la propia corona española la cual, tras que Napoleón Bonaparte invadió su reino, llamó a crear juntas de resistencias por doquier. Este ejemplo fue seguido por varias ciudades americanas quienes declararon su fidelidad al monarca depuesto (Fernando VII) pero manteniéndose autónomos ante las juntas de resistencia de Andalucía.

2) No existió una lucha total entre los europeos contra los americanos. Así como la conquista española se dio gracias a la alianza entre peninsulares y numerosas naciones amerindias, las guerras post-1808 dividieron a muchos americanos (y también europeos) pues muchos españoles apoyaron a las colonias y varios de los pueblos con más influencia indígena (como Pasto o Loja) se aliaron con Madrid contra los criollos separatistas. La lucha por la autonomía devino en un movimiento independentista que dividió a los propios americanos. En el caso colombiano inicialmente creó una guerra civil entre federalistas y centralistas que fue aprovechada por la corona para reconquistar el país (1815-19).

3) En ese entonces todos los pueblos desde la Patagonia hasta la actual California, con excepción del Brasil (sede mundial del imperio portugués) y de algunos territorios del Caribe, se reclamaban así mismos como ‘españoles americanos’. Las nuevas juntas americanas originaron una nueva constitución en el imperio panhispánico (la de Cádiz 1812), la misma que aceptaba la igualdad entre los españoles americanos y los europeos.

4) El término América Latina no existía. Este se impondría medio siglo después como justificativo del imperio francés para anexionarse México y los países que hablaban una lengua latina. Este concepto hoy es inadecuado pues no incluye a Canadá (donde se concentra más del 90% de la población americana que habla el francés como lengua materna) , separa a los países sud y centro americanos entre quienes hablan un idioma romance y los que hablan inglés u holandés, aparta a los 50 millones de hispanos de EEUU de ‘América Latina’ y crea una supuesta identidad latina a pueblos de origen ibérico, amerindio y africano, ninguno de los cuales habla el latín ni proviene de la cuna del latín (centro de Italia).

5) Trinidad y Tobago y dos tercios de Guyana fueron parte de la Nueva Granada. La primera pasó a manos británicas al inicio de las guerras napoleónicas y la segunda en conflicto con la nueva república venezolana (la misma que en su bandera oficial la recama como su octava estrella). Trinitarios y guyaneses son hoy los únicos pueblos americanos donde la etnia más grande proviene del subcontinente de la India. Pese a sus lazos con la Gran Colombia a estos países no se les considera parte de América Latina y el carnaval más grande del viejo mundo (el de Notting Hill en Londres, el cual se basa en el de Trinidad) no es denominado como sudamericano, sino como afro-caribeño.

6) La palabra Colombia fue creada por Francisco de Miranda (en su exilio en Londres o a su ida en barco a liberar Venezuela) para referirse a TODO el continente de Colón. Luego en 1819 se dio para designar a lo que fue el virreinato de Nueva Granada que en ese entonces incluía a los actuales Ecuador, Colombia, Venezuela y Panamá, a la mayor parte de Guyana y a partes de los actuales Brasil, Peru y Costa Rica.

7) En 1830 la ‘Gran Colombia’ se dividió en 3 repúblicas que hasta hoy son las únicas del mundo en compartir la misma bandera: Ecuador, Venezuela y Nueva Granada. Esta última luego cambió su nombre dos veces hasta que en 1886 se crea la actual República de Colombia, la cual se dio tras la victoria militar conservadora sobre los federalistas.

8) En 1903 Colombia sufrió su última escisión cuando EEUU promovió la separación de Panamá para crear una república que le permitiese tener en su corazon un canal bajo su control.

9) Colombia, que fue originalmente la palabra que crearon los libertadores para bautizar a todo un continente, se redujo primero a lo que fue uno de los 4 virreinatos continentales españoles americanos y luego a uno de los 4 componentes de la inicial ‘Gran Colombia’ . En cambio, con el término ‘americano’ pasó lo opuesto. De ser el gentilicio del gran continente hoy es solo el de un Estado que abarca menos de la cuarta parte del territorio de América (EEUU).

10) Hoy todos hablan de Colombia refiriéndose solo a aquella república a la que Colón nunca conoció y a América a solo uno de los cuarentaitantos países en los que esta subdividido ese hemisferio. Hoy todos los hispanoamericanos son parte del ideal unificador de Bolivar y Miranda de crear la gran Colombia, son todos americanos, son sud-centro americanos (cuando quieren diferenciarse de EEUU) y son ibero-americanos (cuando se enlazan con todos los países de habla española y portuguesa).



Tomado de ANALISIS GLOBAL

Columnas que examinan las principales notas de la coyuntura mundial por Isaac Bigio, articulista de varios diarios iberoamericanos.

20- Julio-2010

18 de julio de 2010

La regla fiscal

Tomado de Elespectador.com

17 Jul 2010 -

Eduardo Sarmiento

Una medida que va en contra del interés público

Por: Eduardo Sarmiento
La decisión tomada por el Gobierno, justificada en la bonanza minera, busca darles rienda suelta a los inversionistas y a los ingresos petroleros a cambio de comprimir la industria, la agricultura, el empleo y el gasto público.

El Ministro de Hacienda presentó dentro de un gran despliegue un conjunto de normas de austeridad para establecer la regla fiscal. El proyecto eleva la estabilidad macroeconómica al nivel de derecho fundamental y limita el déficit fiscal primario y el endeudamiento a porcentajes predeterminados del PIB.

La reforma se justifica en términos de la bonanza petrolera, que todavía está en el plano de la ficción. De todas formas, la represión fiscal no es el medio apropiado para contrarrestar los efectos de los ingresos de divisas provenientes de las grandes exportaciones petroleras y de la inversión extranjera. En la práctica, no está en capacidad de neutralizar fluctuaciones de divisas de más de 2% del PIB. La incidencia de entradas superiores de divisas sobre la tasa de cambio sólo puede evitarse por la vía monetaria adquiriendo los excedentes con recursos de emisión.

No se ha entendido la causa de la enfermedad holandesa. El origen del mal está en que la expansión de los ingresos petroleros se gasta en importaciones que desplazan la producción industrial y agrícola y el empleo. No hay razón para que ocurra lo mismo a las actividades no transables. Si a los efectos negativos sobre la industria y la agricultura por la revaluación se agrega la contracción de la infraestructura y los servicios por aspectos monetarios, la economía quedaría desprovista de empleo y mercado interno. La actividad productiva se reduciría a extraer petróleo y carbón e intercambiarlo por importaciones.

Las normas son parte de un concierto orquestado y soterrado para debilitar los derechos fundamentales definidos en términos de trabajo, la educación, la salud, la vivienda digna y la prioridad al gasto social establecidos en la Constitución. Desde la aprobación de la Carta en 1991 no se escatiman esfuerzos para impedir su materialización. La ley del Banco de la República le concedió prioridad a la inflación sobre la producción y el empleo. La Ley 100 le entregó la salud y las pensiones al lucro individual. El acto administrativo adoptado en la administración Pastrana congeló el gasto en salud y educación. El marco fiscal de la actual administración constituyó un primer intento de relegar la prioridad del gasto social.

Sin duda, el proyecto presentado al final de la administración Uribe le daría forma constitucional a los intentos de contrarreforma. El derecho a la estabilidad, que es un concepto indefinido, daría margen para todo y le restaría compromiso a los derechos fundamentales. El cumplimiento de las necesidades insatisfechas quedaría condicionado a criterios fiscales y monetarios. La ampliación del gasto social en términos del producto nacional se vería frenado por los topes numéricos del superávit primario y del endeudamiento.

El diagnóstico de la regla fiscal se orienta a darles rienda suelta a los inversionistas y a los ingresos petroleros a cambio de comprimir la industria, la agricultura, el empleo y el gasto público. El remedio resultaría peor que la enfermedad. Lo que se debe hacer es colocar en línea los ingresos y la actividad petrolera con los propósitos económicos y sociales del país, limitando las entradas de capitales e interviniendo el mercado cambiario. Debilitar los derechos fundamentales para que los inversionistas entren a explotar la riqueza nacional es contrario al interés público y viola uno de los principios de fondo de la Constitución.