
Por: Ricardo Bada
En nuestras latitudes, con el nombre de Theodor Fontane suele asociarse el recuerdo de su Effi Briest, miopemente apostrofada como la Madame Bovary alemana.
En cambio no se le asocia con las baladas que publicó en 1861, en el libro donde incluye una que se titula La tragedia de Afganistán. Lo trágico, en verdad, es que esa balada resulta profética, en más de un sentido.
Está fechada en 1859 y con toda seguridad se refiere a la masacre perpetrada por los afganos contra la guarnición inglesa de Kabul en 1841. Aunque también puede tener como trasfondo alguno de los muchos intentos llevados a cabo para convertir Afganistán en una perla más de la corona imperial de Su Majestad Victoria. Todos fracasaron. Como siglo y medio más tarde fracasó la invasión soviética. Como está fracasando la ocupación militar aliada. Nadie, desde Alejandro Magno, ha podido enorgullecerse de haber conquistado el arisco país.
En cualquier caso, aquí les traduzco la balada, que es, de por sí, tan alucinante como un cuento de Edgar Allan Poe.
La tragedia de Afganistán
Autor: Theodor Fontane
Traducción de Ricardo Bada
«Silenciosa del cielo cae la nieve
cuando a Jalalabad llega el jinete.
“¿Quién va?” – “Un soldado de su majestad,
traigo noticias de Afganistán”.
¡Afganistán! Lo dijo con tal voz
que media ciudad pronto lo rodeó.
Sir Robert Sale, el propio comandante,
lo ayudó a desmontar del purasangre.
Lo llevaron al cuarto de banderas,
donde arde el fuego en la chimenea.
¡Cómo calienta el fuego, y luz por fin!
Suspiró, dio las gracias, dijo así:
“Éramos trece mil la expedición
que en Kabul el camino comenzó.
Mujeres, niños, jefes y soldados,
helados, derrotados, traicionados,
nuestro ejército entero se ha perdido,
ahí fuera vagará quien siga vivo.
Con la ayuda de un dios yo me salvé,
mirad si es que al resto salvar podéis”.
La muralla sir Robert escaló,
soldados y oficiales de él en pos.
Sir Robert dijo: “Cae la nieve espesa.
Si nos buscan, así no nos encuentran,
a ciegas vagarán aun tan cercanos...
Hagamos, pues, que puedan escucharnos.
¡Cantad viejas canciones de la patria!
¡Que toquen las cornetas hasta el alba!”
Así lo hicieron y no se cansaron
de pasar esa noche allí cantando,
primero alegres cántigas inglesas,
después tristes baladas escocesas.
Sonaron las cornetas sin descanso,
como sólo el amor puede lograrlo,
hasta el día siguiente, y uno más.
Inútil hacerlo, e inútil cantar.
Quienes debían oír, no oían nada:
la expedición estaba aniquilada.
De trece mil que eran al comenzar,
sólo uno volvió de Afganistán».
Dizque la Biblioteca del Congreso, en Washington, lo posee absolutamente todo en materia de libros publicados en este mundo. Sería una buena idea si alguien enviase desde allí, al Pentágono, la balada de Fontane. Con copia para la Casa Blanca. Y para el 10 de Downing Street. Y un largo etcétera.
· Ricardo Bada
Tomado de El Espectador, marzo 19/2009