22 de enero de 2011

¿Que ¡qué dijo!?



Por Acidonitrix


El Vicepresidente Angelino Garzón habla de una ‘alianza diabólica al servicio del narcotráfico’ entre guerrilla y desmovilizados. También agrega que ex policías y ex militares conforman dichos grupos.

¿El escańdalo de Tolemaida qué significa? ¿No es, acaso, una prueba igualmente de la ‘alianza diabólica’ del narcotráfico con sectores importantes del ejército y la policía? El narcotráfico los une a todos, pero los dividen los intereses como carteles. ¿O nos equivocamos?

21 de enero de 2011

Santos, ¿viola la Constitución?...




La reforma de las CAR es neoliberal y tiene propósitos ocultos

Declaración Senador Jorge Enrique Robledo, Bogotá, 20 de enero de 2011

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Chivos expiatorios para ocultar las culpas de los gobiernos nacionales, entre ellos el de Santos, que no hizo nada para evitar el desastre del Canal del Dique. Fiesta en la gran minería. Atentado contra el medio ambiente. Brutal y descarada violación de la Constitución. No hay medida retardataria que no se justifique con un falso alegato moralista y contra la politiquería.

El gobierno anunció que esta tarde, haciendo uso de la Emergencia Económica, expedirá el decreto de reestructuración de las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR). Por el texto que se conoce se trata de aprovecharse de la tragedia de millones de compatriotas –cuyos problemas deben ser atendidos por el gobierno sin manipulaciones y con seriedad, cosa que no viene sucediendo– para hacer una reforma neoliberal, es decir, apoyada en falacias, en contra del medio ambiente, en beneficio de la gran minería y violando la Constitución.

1. Constituye una falsedad adjudicarles la responsabilidad principal del desastre invernal a las CAR. Solo por ignorancia o por viveza puede afirmarse eso. Porque las normas no les dan poderes suficientes para intervenir con suficiencia en todos los asuntos ambientales del país y porque su presupuesto –de apenas 800 mil millones de pesos para treinta CAR– es a todas luces insuficiente. Es obvio que el presidente Juan Manuel Santos quiere usar a las CAR como chivo expiatorio para ocultar la enorme responsabilidad que en el desastre les cabe a su gobierno y al de Álvaro Uribe, y a los anteriores. Un ejemplo de su culpa: desde mayo del 2009, los habitantes de la zona del Canal del Dique, en el Atlántico, le advirtieron al Ministerio de Vías que el dique amenazaba con fallar y los gobiernos no hicieron absolutamente nada por impedirlo.

2. El verdadero y principal propósito del presidente Santos es arrebatarles la autonomía que la Constitución les confiere a las CAR frente al gobierno nacional, de manera que el jefe del Estado pueda manejarlas a su antojo. En las nuevas CAR, el director será escogido por el ministro de Ambiente y en los consejos directivos tendrán mayoría los nombrados a dedo por el gobierno. Con esto, el gobierno nacional reemplazará a todos los directores por incondicionales suyos y definirá cada nombramiento y contrato, luego de barrer con los cinco mil funcionarios actuales. Así logrará darles el pase a todos los proyectos de gran minería que hoy se encuentran severamente cuestionados por las CAR, como ocurre con el de la Anglo Gold Ashanti, en el Tolima, que amenaza las aguas del departamento. Otra razón más para entender por qué el jefe del Cerrejón, León Teicher, hablando en nombre de toda la gran minería, considera que con Santos “se nos volvió a aparecer la virgen”.

3. Esta determinación del presidente Juan Manuel Santos es antidemocrática e inconstitucional de varias maneras. Porque la Emergencia no sirve para justificar legalmente medidas como esta, que constituyen una especie de dictadura constitucional calculada para romper con la separación de los poderes. Porque este uso abusivo de la Emergencia apunta a arrebatarle al Congreso el derecho constitucional de reformar las CAR, a partir del debate político democrático. Y porque es por completo violatorio de la Carta arrebatarles la autonomía a las CAR y someterlas al control del poder Ejecutivo, pues dicha autonomía es de rango constitucional. Sobre esto último, la Corte Constitucional dijo:

“El mandato de coordinación entre las distintas autoridades ambientales no puede traducirse en una subordinación orgánica de las CAR a las autoridades nacionales, que anule el contenido de autonomía de las CAR. Vulneran entonces la Carta todas aquellas regulaciones legales que desconozcan el manejo autónomo de sus asuntos por parte de esas entidades, ya que ese manejo hace parte del contenido constitucionalmente protegido de la autonomía” (Sentencia C-462 de 2008).

Como siempre en Colombia, no hay medida retardataria que no se presente en nombre de la lucha contra la politiquería, cuando los primeros politiqueros son los que así proceden para ocultar que su politiquería está puesta al servicio de intereses que no son los nacionales. Que lo que haya que mejorarles a las CAR –donde sin duda hay problemas–, se mejore, pero sin astucias ni manipulaciones demagógicas, respetando la Constitución y no para destruirles sus aspectos positivos.



19 de enero de 2011

Arguedas: su corazón, rey entre sombras


Se cumple el centenario del nacimiento de José María Arguedas, el más grande novelista del Perú. Amigo entrañable, fiel a su pueblo, de ardiente corazón sufriente con el corazón de los oprimidos, ejemplo de dignidad, de modestia, de humanismo. Siempre lo recuerdo con inmenso dolor, con una gran ternura y con una gratitud sin límites: él me enseñó a amar y a entender el Perú.

Por Carlos Vidales


Aquel helado mediodía de agosto, José María miró a través de la ventana y dijo:

— Ese sujeto debe estar muriéndose de frío.

"Ese sujeto" era el árbol del jardín. Yo pensé, viendo brillar los claros ojos de Arguedas, que el enorme vegetal había sentido la fraternal preocupación del novelista. Porque José María era capaz de establecer con los objetos de la naturaleza —animales, plantas, ríos, montes—, una comunicación de espontánea camaradería. Todas las cosas respondían a su llamado, sencillamente porque respondían desde su propio corazón.

"Oh corazón, Rey entre sombras..." José María amaba ese poema de Javier Sologuren. Abandonado en la infancia, recogido y amado por los indios comuneros de los Andes peruanos, blanco entre indios hasta la adolescencia, indio entre blancos desde la juventud hasta la muerte, transitando en la vida, como por una escalera, todas las capas, estamentos y clases sociales del Perú, indio paria, indio comunero, indio obrero, cholo de servicio, empleado mestizo, profesor universitario, eminente antropólogo, gloria de la literatura, admirado, adulado y temido por la aristocracia limeña, rubio de ojos azules con corazón de indio, testigo estremecido de los seculares dolores de su pueblo, protagonista íntimo de su propia obra, habitante y constructor de los cuentos infernales y mágicos de Diamantes y pedernales , del trágico y solemneYawar Fiesta , de la desconsoladora y tenebrosa novela El Sexto , de la inmensa ternura de Los ríos profundos y del riguroso estudio social de Todas las sangres , él había conocido tinieblas más hondas, más terribles que las sugeridas por el poeta: "He aquí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias", habría de decir al líder campesino Hugo Blanco, una semana antes del suicidio.

Era un niño apenas cuando su padre, abogado de pobres, perseguido por los grandes gamonales, debió dejarlo en manos de crueles parientes:

"El subiría la cumbre de la cordillera que se elevaba al otro lado del Pachachaca; pasaría el río por un puente de cal y canto, de tres arcos... Y mientras en Chalhuanca, cuando hablara con los nuevos amigos, sentiría mi ausencia, yo exploraría palmo a palmo el gran valle y el pueblo; recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños, cuando deben enfrentarse solos a un mundo cargado de monstruos y de fuego..."

Así nos contó José María esa separación en su novela Los ríos profundos. El 17 de mayo de 1969 le confesaba a su diario íntimo: "A mí la muerte me amasa desde que era niño, desde esa tarde solemne en que me dirigí al riachuelo de Huallpamayo, rogando al Santo Patrón del pueblo y a la Virgen que me hicieran morir..."

Siete días antes había escrito: "Anoche resolví ahorcarme en Obrajillo, de Canta, o en San Miguel, en caso de no encontrar un revólver. Ha de ser feo para quienes me descubran, pero me he asegurado de que el ahorcamiento produce una muerte rápida".

Mientras el suicidio madura definitivamente en su cerebro, José María va dando forma también a su última novela. Dicen los mitos antiguos de Huarochirí que el mundo consta de una parte de arriba y una parte de abajo. Estas dos partes se unen, de vez en cuando, gracias a dos zorros que conversan relatándose los pormenores de sus planos respectivos. Ese diálogo entre El zorro de arriba y el zorro de abajo es cabalístico, esotérico, pleno de ingenio y poesía. Arguedas introduce estos dos zorros en su novela: ellos le dan el título y le permiten explicar cómo "la parte de arriba", la sierra peruana, se volcó hacia la costa, hacia "la parte de abajo", en el auge tremendo de Chimbote, el gran puerto pesquero del Perú. Entretejidos con el hilo central de la novela aparecen los diarios íntimos de Arguedas; por ellos nos enteramos del proceso interno en cuyo cauce se va precisando el suicidio.

Entretanto, José María llega al más alto grado de comunicación personal con la naturaleza. Allá en la casa de Los Ángeles, en las afueras de Lima, yo le vi conversar frecuentemente con los perros de sus vecinos: Tarzán, Nerón, Laila, Poncho, Chalaco, El Doctor. Pero entiéndase bien:

"Muchas veces he conseguido jugar con los perros de los pueblos, como perro con perro. Y así la vida es más vida para uno. Sí; no hace quince días que logré rascar la cabeza de un nionena (cerdo) algo grande, en San Miguel de Obrajillo. Medio que quiso huir, pero la dicha de la rascada lo hizo detenerse; empezó a gruñir con delicia, luego (cuánto me cuesta encontrar los términos necesarios) se derrumbó a pocos y ya echado y con los ojos cerrados, gemía dulcemente..."

Yo era apenas un misti , un blanco. Esa comunicación con el mundo no humano sólo despertaba en mí una indefinida ternura. En cambio, él, entendía: era un indio , un indio quechua que además de haber sido moldeado por la experiencia secular y colectiva de los suyos, hombres que viven fundidos al corazón del universo, enredados al alma del orden natural, había también quedado solo —débil cachorro de hombre— en medio de "un mundo cargado de monstruos y de fuego". Desde pequeño, buscando refugio, había puesto los sentidos atentos en el rumor de la hoja, el silbo del pájaro, el pulso imperceptible de la piedra, porque los hombres "algo nos hicieron cuando más indefensos éramos; yo recuerdo muchas cosas, pero dicen que las más peligrosas son aquellas de las que no nos acordamos. Así será".

Así será, pues. Pero su risa explosiva ha quedado para siempre resonando dentro de mí; él tenía una carcajada que casi siempre le hacía perder el equilibrio. La repitió muchas veces ese miércoles, la antevíspera del disparo fatal; porque aquella noche, en un prodigio de simulación, la charla de José María fue feliz, ocultando su ya resuelto designio de matarse.

Pero también, durante los largos meses que en su casa viví, habíamos hablado de otras cosas que esa noche no recordamos. "El marxismo, decía, me dio disciplina, pero no mató en mí lo mágico". Amaba a Melville, Dostoievsky, Guimaraes Rosa, García Márquez.

Rulfo, el gran mexicano, era cuento aparte:

"¿Quién ha cargado a la palabra como tú, Juan, de todo el peso de padeceres, de conciencia, de santa lujuria, de Hombría, de todo lo que en la criatura humana hay de ceniza, de agua, de pudridez violenta por parir y cantar, como tú?"

Y es que "la palabra, pues, tiene que desmenuzar el mundo". Es el zorro de abajo quien habla así, en la última novela de Arguedas. Y dice:

"El canto de los patos negros que nadan en los lagos de altura, helados, donde se empoza la nieve derretida, ese canto repercute en los abismos de roca, se hunde en ellos; se arrastra en las punas, hace bailar a las flores de las hierbas duras... ¿no es así?"

El zorro de arriba responde: "Sí. El canto de esos patos es grueso, como de ave grande; el silencio y la sombra de las montañas lo convierte en música que se hunde en cuanto hay".

Y el zorro de abajo:

"La palabra es más precisa y por eso puede confundir. El canto del pato de altura nos hace entender bien todo el ánimo del mundo".

Mientras los dos zorros dialogan haciéndonos conocer por qué el idioma de la naturaleza es, para los hombres del mundo quechua, más claro e inteligible que el idioma que brota de la boca humana, José María compone y recompone su novela. Cambia el orden original de los capítulos, corta mitades de página para trasladarlas de sitio con ayuda de la cinta transparente, intercala sus diarios íntimos. A veces parece confundirse y anota en mitad del relato: "¿A qué habré metido estos zorros tan difíciles en la novela"?

Ha estado trabajando en el libro en Santiago de Chile, donde, según dice, "soy feliz y escribo sin interrupciones". Lee a sus amigos capítulos enteros de la obra. Escucha sugerencias. Pide consejos. Acepta transformar una y otra vez los nombres de los personajes. Consiente en dar a conocer la armadura, el esqueleto, la gestación íntima de la novela. Búsquese otro ejemplo parecido de humildad y modestia intelectuales en la historia literaria de América. No se encontrará.

En agosto de 1969 regresa al Perú con la estructura de la obra resuelta y el plan del suicidio en plena ejecución. Se reintegra a la Universidad. Los hechos políticos producidos en los claustros —luchas de facciones, incomprensiones, sectarismos—, acentúan la depresión de su ánimo. Pero no olvida sus afectos y convicciones profundas, y escribe

"al pueblo hermano de Vietnam, llameante. A este pueblo que, en el medio mismo del mundo, en la edad del espanto, nos hace conocer que el fuego que hizo el hombre con su mano sigue ardiendo en el fuego de sus manos".

"Cuando unas gentes, los yanquis, pretendieron inmolar en Vietnam al pueblo entero con máquinas de fuego, a fuego construidas, cuando creyeron que así podían dominar el mundo, el pueblo de Vietnam, con el sólo vigor de sus manos eternas, los ha hecho correr hasta la luna".

Pero los estados depresivos son más frecuentes ahora. En los primeros días de noviembre decide dejar la novela como está. Envía con Sybila, su compañera, un ejemplar de su libroTodas las sangres , al dirigente campesino Hugo Blanco, preso desde hace cinco años en la cárcel- isla de El Frontón, retribuyendo así el relato que Blanco le enviara para animarlo, al saberlo decaído.

Es entonces cuando Hugo Blanco escribe a José María una carta en quechua, agradeciéndole el obsequio. Es un mensaje lleno de esa ternura que sólo los indios de los Andes saben dar —" taytay José María, padrecito mío"— y que transforma la depresión del novelista en una exaltación embriagadora y contagiosa.

Esa noche nos amanecemos José María, Sybila y yo. Ebrio de alegría, Arguedas nos lee una y otra vez la misiva de Hugo Blanco. Trasladamos la traducción al papel. A cada instante, José María exclama: "¡Es un indio! ¡Puro indio!"

Sí. Con él podía entenderse. Jamás se conocieron personalmente, pero Hugo Blanco lo había comprendido mejor que los mejores críticos, mejor que sus mejores amigos mistis. Él era de los suyos: "hermano Hugo, querido, corazón de piedra y de paloma... hermano Hugo, hombre de hierro que llora sin lágrimas: tú, tan semejante, tan igual a un comunero, lágrima y acero".

El suicidio se posterga. La respuesta al hermano Hugo, también escrita en quechua, deberá ser un mensaje de esperanza y de solidaridad, pero también una despedida cuidadosamente redactada para que su significado profundo sólo pueda descubrirse después de la muerte:

"Yo no estoy bien, no estoy bien; mis fuerzas anochecen. Pero si ahora muero, moriré más tranquilo. Ese hermoso día que vendrá y del que hablas, aquel en que nuestros pueblos volverán a nacer, viene, lo siento, siento en la niña de mis ojos su aurora; en esa luz está cayendo gota por gota tu dolor ardiente, gota por gota, sin acabarse jamás..."

La noche de aquel miércoles, cuarenta y ocho horas antes del disparo fatal, José María me preguntó sobre la posibilidad de publicar su breve y conmovedora correspondencia con Hugo Blanco. Quería que fuese una revista de izquierda, extranjera,Punto final , la primera en dar a conocer esas cartas. Pensaba que ello ayudaría a la campaña internacional en favor del indulto para el líder campesino. Me comprometí a adelantar mi previsto viaje a Santiago de Chile para cumplir sus deseos, y de común acuerdo fijamos la fecha de mi partida: sería el domingo siguiente.

Pero el viernes se desató la tragedia.

Mañana se dirá, tal vez, que lo mató el cansancio, la incomprensión o la neurosis. Pero mientras existan los"pongos" , los siervos de la tierra; en tanto suene en el aire "el rezo de las señoras aprostitutadas, mientras el hombre las fuerza delante de un niño para que la fornicación sea más endemoniada y eche una salpicada de muerte a los ojos del muchacho" ; mientras los indios de las punas sean "piojosos, diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas" , mientras existan la injusticia, la humillación y el oprobio, habrá muchos Arguedas muriendo y renaciendo sin cesar en el doliente pero algún día victorioso corazón de los que sufren.

Sí: "tremenda y deslumbrante la aurora me mataría, si yo no llevase, ahora y siempre, otra aurora dentro de mí" , era la frase de Withman que Arguedas repitió incansablemente durante nuestras largas conversaciones. Porque habiendo perdido hasta la fe en sí mismo, jamás perdió la fe en el porvenir de los suyos.

José María se disparó un balazo en la cabeza el viernes 28 de noviembre de 1969. Pero durante cinco días terribles estuvo aún latiendo su poderoso corazón, rey entre sombras.

(Publicado por primera vez en ESTRAVAGARIO, Revista Cultural de "El Pueblo" de Cali, N° 39, página 1, domingo 19 de octubre de 1975. La viuda de José María Arguedas, Sybila Arredondo, sufrió cárcel oprobiosa durante largos años en el Perú, bajo condiciones inhumanas. Fue finalmente puesta en libertad en 2002.)

Carlos Vidales (Estocolmo, 1997-2003).


2011-01-19



16 de enero de 2011

Aprendamos de la matanza de Arizona







Por: Daniel Samper Pizano



Tomado de eltiempo.com


El reciente caso de violencia política y odio también deja lecciones a Colombia.

En la última campaña electoral estadounidense, el movimiento de extrema derecha 'Tea Party' hizo una lista de los 20 congresistas demócratas que era preciso derrotar. Sarah Palin, líder de la agresiva facción, colgó en su página web un mapa de Estados Unidos con los nombres y circunscripciones de sus presas. Cada punto estaba señalado con una diana de tiro al blanco.

Gabrielle Giffords, de Arizona, era uno de los círculos que invitaban a probar la puntería. "Estamos en la lista de objetivos de tiro de Sarah Palin -dijo Giffords-. Cuando la gente hace esta clase de cosas, debe entender que hay consecuencias." Una de ellas fue el atentado que hace una semana costó la vida a seis personas y puso a la congresista demócrata al borde de la muerte. Antes ya se habían abortado otros atentados contra la parlamentaria de 40 años: en marzo dispararon contra su oficina y más tarde un hombre fue desarmado en un mitin. La campaña de Palin no era la única con mensajes subliminales agresivos. Las cuñas de varios candidatos republicanos los mostraban disparando con uniformes militares. Entre ellos estaba el contrincante que Giffords derrotó. En total, hubo 42 ataques contra sedes políticas, casi todas demócratas.

Las armas de fuego son representación simbólica de una política cada vez más extremista y contaminada por feroz violencia verbal y nauseabundo patrioterismo. Cumplido el atentado de Arizona, muchos políticos y comentaristas atribuyen a la retórica envenenada la formación de un ambiente capaz de provocar tragedias. Para hacerlo, la ciudadanía de Estados Unidos tiene en su poder 300 millones de armas de fuego. Es uno de los pocos países del mundo donde la Constitución conserva, como si fuera palabra de Dios, un derecho nacido en tiempos de la colonización y las masacres de indígenas.

La historia del mundo abunda en atrocidades, y la de Estados Unidos está tachonada de episodios sangrientos como este. La ecuación es simple: clima de sectarismo + armas disponibles + un loco 'misionero' = actos violentos. Cuando John F. Kennedy cayó asesinado en Dallas, la atmósfera creada por la prensa y las organizaciones de derecha habría impulsado a Santa Teresita de Jesús a empuñar una metralleta. Hoy sigue siendo más fácil en Estados Unidos comprar un fusil que un somnífero. Desde el crimen de JFK en 1963 hasta la fecha han muerto a balazos en ese país más de un millón de personas. Paradójicamente, Gabrielle Giffords se oponía a limitar el comercio de armas. El político que critique la venta de pistolas se expone a que los grupos de presión lo cerquen y derroten.

Por supuesto, cada vez se venden más armas y cada vez es mayor la demagogia sectaria, a veces agitada por medios como la cadena Fox. Internet contribuye a exacerbar los ánimos. Abundan los blogs de criminales en potencia y las sutiles invitaciones a convertir a los adversarios en blancos de tiro, como la página de Palin. Tanto han insultado a Barack Obama desde las bitácoras de extrema derecha, que muchos temen que pueda ser víctima de un atentado. Al parecer, ya han desmontado más de uno.

Visto el fenómeno, conviene poner las barbas en remojo. Los colombianos deberíamos preguntarnos hasta qué punto la acrimonia, el odio y el sectarismo podrían reproducir la ecuación gringa entre nosotros.
No hablo ya de la violencia cruda de la guerrilla, los paramilitares, los narcos y los delincuentes. Sino de la aparición de locos sueltos, imbuidos de ideas "patrióticas" o misiones de "limpieza" que se lancen a cometer barbaridades. Los foros de lectores de los periódicos son fuelles permanentes de insultos y estímulo de las más primitivas reacciones. Ni qué hablar de la conducta de políticos que no vacilan en colgar una simbólica diana en el cuello de sus adversarios al acusarlos de terroristas o paracos.
Arizona debe dejar lecciones. Si no aprenden allá, al menos aprendamos nosotros a discrepar con claridad sin envenenar y a morigerar las hogueras de intolerancia que hemos encendido.

Desde hace varios años, el autor del texto recibe comentarios a su columna en cambalache@mail.ddnet.es
DANIEL SAMPER PIZANO