9 de junio de 2013

Las desigualdades y el modelo económico

Por: Eduardo Sarmiento

En días pasados se divulgaron las cifras de la encuesta de hogares. En los últimos dos años la pobreza se redujo y la distribución del ingreso no varió significativamente.


La disminución de la pobreza proviene de los cambios metodológicos y de la elevación del ingreso per cápita. Este es un resultado mundial que resulta de la mayor interacción entre las economías y el sector social. En todas partes, la elevación del ingreso per cápita trae consigo una reducción de la pobreza, pero el ingreso de los pobres sube en menor proporción. Por su parte, los logros en la distribución del ingreso son precarios. El coeficiente de Gini luego de haber aumentado 10 puntos en la década del noventa se ha mantenido cerca de 0.55, colocando al país entre las siete naciones más inequitativas. Los resultados en cierta manera revelan los alcances limitados del asistencialismo. Si bien alivia la pobreza, no mejora la posición relativa de los pobres. 
Los esfuerzos oficiales han estado más orientados a mejorar las cifras que a lograr resultados estructurales. Las políticas dominantes tienden a ampliarla. Los salarios suben menos que la productividad, la carga tributaria del trabajo aumenta con respecto a la del capital y el crecimiento está sesgado en favor de la minería, el sector más intensivo en capital. Las tasas de interés del crédito se establecen muy por encima de la de los depósitos y se tolera todo tipo de posiciones dominantes en el sector público y privado. Para completar, el gasto público se encuentra altamente concentrado en el gobierno central que es mucho menos progresivo que el regional; en los últimos años las transferencias de salud y educación bajan en términos del PIB y la parte que llega al 50% más pobre no corresponde ni a ese porcentaje. 
Infortunadamente, las teorías de la distribución del ingreso están basadas en concepciones que han sido controvertidas por los hechos. Se considera que las iniquidades son independientes de la estructura económica y, en cualquier caso, se pueden corregir con simples transferencias fiscales. Así, Colombia se comprometió en las reformas del libre mercado sin advertir que le significaría un deterioro de diez puntos en el coeficiente Gini, y ahora pretende revertir el daño con el mismo modelo que lo causó. 
Los pensadores económicos están en mora de avanzar en una descripción comprensiva y representativa de la realidad. La distribución no es un juego de suerte en que ganan los que más contribuyen a la sociedad. Se trata, más bien, de una confrontación en la cual tienen clara ventaja quienes exhiben las mejores condiciones iniciales de capital y educación y disponen de las oportunidades para apropiarse de las rentas monopólicas de los mercados, incluso lesionando a las mayorías. Igualmente anómalos son los efectos del perfil del crecimiento económico y el comercio internacional sobre el mercado laboral. Ambos factores contribuyeron a colocar el salario por debajo de la productividad y a reducir la participación del trabajo en el PIB y, lo peor, incrementar la dispersión.
La mejoría de la distribución del ingreso requiere reformas en el sector educativo, el sistema fiscal y la regulación de los mercados. Pero lo que se haga en estas áreas puede ser infructuoso mientras se mantenga el modelo actual que resulta en una participación del 50% más pobre de 15%. La condición necesaria para reducir en forma considerable los índices de desigualdad es la construcción de un modelo que la eleve a 25% en un plazo corto, cambiando las prioridades sectoriales, interviniendo el mercado laboral y elevando los gravámenes al capital.