1 de octubre de 2007

No todo lo de los manzanillos es malo

Sí, aunque suene raro, es hora de reivindicar a los manzanillos en la política nacional y local. Para quienes desconocen el origen de esta especie de la fauna política colombiana, les advierto que no se preocupen por buscarlo en tratados de botánica o biología. Su origen es más práctico y dimana de la costumbre de brindar un trago barato y dulzón a los clientes electorales, conocido como manzanilla. Era y sigue siendo su principal argumento político e ideológico. No tanto la marca o variedad de licor, porque puede ser aguardiente o cerveza, y en algunos estratos, el guarapo.
¿De donde, pues, la reivindicación de los manzanillos? Precisamente por lo contrario de lo que han pretendido. Inicialmente la política criolla se fundaba en la relación de dependencia de los partidos con sus
caciques o jefes gamonales locales. Todo al cobijo del color de la bandera, único argumento válido para establecer fidelidades. Pero a medida que los caciques se sintieron grandecitos en la política dejaron de ser los fieles servidores a sus partidos y empezaron a reclamar sus tajadas.
En aras de sus apetitos, la manzanilla corrió un poco más y se acudió un poco menos a la fidelidad a la bandera partidaria o del trapo azul o rojo, y se crearon dobles fidelidades: al trapo y al cacique dispensador de manzanilla. Y después los caciques sacaron sus propios trapos y la fidelidad fue a ellos, que terminaron en cada campaña llevando sus rebaños, cada vez más escuálidos a nuevas banderas y nuevos grupos y nuevas alianzas. Así, de paseo por nuevas fidelidades, en cada nueva campaña, le enseñaron a los electores que en cuestión de partidos no hay fidelidades, que ya podían ir pensando en votar por los que antes odiaban, y que sus viejas banderas no eran sino trapos sin importancia. Descubrieron que al compadre de hoy lo pueden cambiar por otro. En fin enseñaron a los electores a ser
infieles y eso, a su pesar, es un paso hacia la democracia política.
Tanto va el cántaro al agua, que por fin se rompe. Por eso: ¡un homenaje a los manzanillos!

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