La mitología griega de Narciso es llevada a la pantalla con un gran elenco en una versión moderna llena de suspenso y acción. No se la puede perder.
Todo un éxito de la pantalla grande, con un final inesperado. La adaptación es un verdadero esfuerzo creativo y tecnológico del antiguo mito de Narciso, un hermoso efebo que por su belleza termina enamorado de sí mismo. Dedicado a contemplarse continuamente pretende poseer la imagen que se reflejaba en el estanque, cae en él y muere, dando origen a una hermosa flor: el narciso. La escena en la que desaparece tragado por las aguas mientras se oye el rumor que se desvanece del eco de sus autoalabanzas repetidas incansablemente por la Ninfa Eco, perdidamente enamorada del efebo, es algo jamás visto en el cine. Totalmente genial.
La trama que se desarrolla en un lejano e hipotético país narbananero (no tiene nada que ver con el nuestro) es un fiel reflejo social: políticos que cuentan con sus propios grupos armados, a quienes todos conocen como los "paramuchachos"; guerrillas (no pueden faltar en una película de estas), cuyo protagonismo reside en cometer crímenes que sirven para tapar los de los muchachos y cargar con la culpa de los miles de muertos por el hambre y otras causas sociales como el desempleo y el narcotráfico.
Ante el caos que se presenta un gran líder (BushBitch) convoca urgentemente una Asamblea General de la Organización No Útil (ONU) para discutir medidas que pongan fin a la tragedia del hipotético Narcombia, país rodillero de un continente inexistente. Pero como en la historia bíblica del Moisés salvado de las aguas, surge un Gran Hermano, pequeñito, chiquitico, que todo lo ve, con gran poder de pegada y tonante grito, capaz de humillar al más berraco. Lentamente, mejor, rápidamente impone su autoridad sobre los narcombianos que terminan adorándolo, quemándole incienso y elaborando loas, poemas, cuentos y mitos sobre su "inteligencia superior", que todo lo ve y anticipa, y grita con una vocecita de arriero mamado, perdón mimado.
En el setenta por ciento de las viviendas se estableció un culto religioso al santo varón, y popularon los afiches del Narciuribio, siempre rodeado de ninfos y ninfas que eternamente le hacen eco a lo que se dice en el hermoso palacio de Narciño, que al igual repiten día y noche emisoras y periódicos dedicados a ensalzarlo, en un trepidante coro de aúlicos dirigidos por los Dioses Arribismendi y Gusanín, inspirados en el enviado del Olimpo: Oseburrio Gavilla, único interprete autorizado del pensamiento superior del gran Narciso.
Todo un éxito de la pantalla grande, con un final inesperado. La adaptación es un verdadero esfuerzo creativo y tecnológico del antiguo mito de Narciso, un hermoso efebo que por su belleza termina enamorado de sí mismo. Dedicado a contemplarse continuamente pretende poseer la imagen que se reflejaba en el estanque, cae en él y muere, dando origen a una hermosa flor: el narciso. La escena en la que desaparece tragado por las aguas mientras se oye el rumor que se desvanece del eco de sus autoalabanzas repetidas incansablemente por la Ninfa Eco, perdidamente enamorada del efebo, es algo jamás visto en el cine. Totalmente genial.
La trama que se desarrolla en un lejano e hipotético país narbananero (no tiene nada que ver con el nuestro) es un fiel reflejo social: políticos que cuentan con sus propios grupos armados, a quienes todos conocen como los "paramuchachos"; guerrillas (no pueden faltar en una película de estas), cuyo protagonismo reside en cometer crímenes que sirven para tapar los de los muchachos y cargar con la culpa de los miles de muertos por el hambre y otras causas sociales como el desempleo y el narcotráfico.
Ante el caos que se presenta un gran líder (BushBitch) convoca urgentemente una Asamblea General de la Organización No Útil (ONU) para discutir medidas que pongan fin a la tragedia del hipotético Narcombia, país rodillero de un continente inexistente. Pero como en la historia bíblica del Moisés salvado de las aguas, surge un Gran Hermano, pequeñito, chiquitico, que todo lo ve, con gran poder de pegada y tonante grito, capaz de humillar al más berraco. Lentamente, mejor, rápidamente impone su autoridad sobre los narcombianos que terminan adorándolo, quemándole incienso y elaborando loas, poemas, cuentos y mitos sobre su "inteligencia superior", que todo lo ve y anticipa, y grita con una vocecita de arriero mamado, perdón mimado.
En el setenta por ciento de las viviendas se estableció un culto religioso al santo varón, y popularon los afiches del Narciuribio, siempre rodeado de ninfos y ninfas que eternamente le hacen eco a lo que se dice en el hermoso palacio de Narciño, que al igual repiten día y noche emisoras y periódicos dedicados a ensalzarlo, en un trepidante coro de aúlicos dirigidos por los Dioses Arribismendi y Gusanín, inspirados en el enviado del Olimpo: Oseburrio Gavilla, único interprete autorizado del pensamiento superior del gran Narciso.
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