Mostrando entradas con la etiqueta Honradez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Honradez. Mostrar todas las entradas

15 de septiembre de 2008

Las siete virtudes del gobernante (II)



Continuamos con las reflexiones de Jesús Martínez Álvarez sobre las virtudes del gobernante. Indudablemente atañen de igual manera a los gobernados.  Esperamos que estas reflexiones sirvan de motivación a los lectores y sean, de alguna manera, un apoyo para el acaecer diario en Lebrija.


 

R E S P O N S A B I L I D A D

 

Por Jesús Martínez Álvarez

 


Gobernar es una actividad de síntesis. El gobernante debe sintetizar los hechos, los datos, las causas, las posibles consecuencias, los diversos escenarios; y luego tomar de ellos la esencia y decidir.

 

Cuando se acepta el cargo de gobernar, se debe estar consciente de que se asume un gran compromiso  y una gran responsabilidad. Deberá demostrar con hechos que se encuentra capacitado para desempeñar este cargo. Esto implica ser congruente con los ofrecimientos de campaña, cumplir su programa de acción y tener la firme convicción de que sus decisiones o acciones afectan  o benefician a una comunidad o a todo un país.

 

Todo gobernante está sujeto a la crítica de los gobernados, lo que corresponde al mundo de los hechos y de los resultados. Sin discutir la importancia de éstos, es necesario que las decisiones se evalúen también a la luz de las intenciones.

 

Una decisión puede tomarse por diversos motivos: por precipitado, por miedo, por ansia de reconocimiento, por presiones o por intereses personales. Como estas motivaciones tienen su origen en el interior de la persona, pocas veces pueden identificarse con certeza.

 

Pero lo que sí puede evaluarse, y debe exigírsele al gobernante, es que al gobernar, que básicamente consiste en tomar decisiones, lo haga con responsabilidad.

 

La responsabilidad, como valor de honestidad y de conducta, tiene varias acepciones, todas ellas convergentes.

 

Una de estas acepciones es la obligación y la capacidad de prever y evaluar consecuencias, valoración que debe tener como única referencia el bien de todos los ciudadanos. Un Estado legítimo, además de que tiene el compromiso de cumplir con sus misiones básicas, debe garantizar la justicia social, respetar y hacer respetar los derechos de todos y el bienestar general de la ciudadanía.

 

La designación de sus colaboradores, es una

 decisión que marca o caracteriza a una administración. El ciudadano lo percibe de inmediato: responsabilidad al tomar estas decisiones; responsabilidad de asumir las consecuencias.

 

La responsabilidad es también la disposición permanente y consistente para responder por las propias acciones. El gobernante que no asume las consecuencias de sus decisiones falta a su responsabilidad. No hay nada más sencillo que buscar culpables, argumentar pretextos o hacerse a un lado cuando la realidad pone en evidencia lo errado de una decisión. El gobernante que transfiere culpas pierde la confianza de los ciudadanos y de sus colaboradores.

 

El gobernante debe recordar que el cargo que desempeña lo obliga a la mayor responsabilidad, toda vez que sus acciones tendrán efectos reales y duraderos en miles, cientos de miles o en millones de personas.

 

Por lo tanto, su actuación no puede sujetarse a visiones de corto plazo o a intereses individuales, sino que debe responder a la obligación irrenunciable de velar por el bien social.

 

Una característica del ejercicio del poder es su trascendencia. Sin demeritar ningún oficio o profesión, el acto de gobernar se distingue porque trasciende, va más allá del presente y acaso incluya a quienes aún no nacen. 

 

Si todos los gobernantes recordaran esta trascendencia y con ello fortalecieran su sentido de responsabilidad, tendríamos menos decisiones populistas o de corto plazo y se habría sembrado o aumentado en la sociedad la cultura del desarrollo sustentable, es decir, el que no es espectáculo fugaz sino avance consistente.

 



Curiosamente, la ansiedad por apartar un lugar en la historia suele conducir a los gobernantes al olvido o, en otros casos, a la memoria del resentimiento e incluso del odio. El gobernante no debe actuar para la historia sino para el porvenir; paradójicamente, sólo mirando hacia el porvenir se hace historia.

 

Por ello, más que intentar escriturar la historia a su hombre, el gobernante debe poner como pilar de toda su actuación el valor de la responsabilidad. Es posible que este principio lo lleve a tomar decisiones impopulares o dolorosas, pero sin duda tendrá sentido porque nadie elige a un gobernante para que gane un concurso de popularidad, sino para que conduzca el esfuerzo colectivo y lo haga desembocar en una mayor calidad de vida.

 

La responsabilidad, es claro, está vinculada a una  visión de largo plazo, y en ello estriba su mayor valor y su mayor exigencia: un gobernante no debe buscar la vanagloria del aplauso efímero sino la más privilegiada de las satisfacciones y el más alto deber: trascender en bien de los que permanecen.

 

jema444@gmail.com

www.jesusmartinezalvarez.com.mx

28 de agosto de 2008

Las siete virtudes del gobernante (1)




Afortunadamente los casos negativos que aquí se mencionan nada tienen que ver con nuestra realidad. Eso sucede en otro país, muy lejano. En nuestra querida Bolombia no se tiene idea de corrupción, robo, violencia, etc. Pero lo mencionamos aquí para que nuestros castos y puros oídos sepan, de oídas, que en otros lares se presentan hechos que no padecemos. Y para que, gracias a esto, sigamos con la conciencia tranquila. Así que esperamos no se le incomode la conciencia a nadie con las reflexiones de Jesús Martínez Álvarez, un pensador político mexicano.



Las siete virtudes del gobernante (I)


H O N R A D E Z


Por Jesús Martínez Álvarez



La convocatoria para realizar un ejercicio de cuáles pueden ser las siete virtudes del gobernante, ha tenido una gran aceptación.He recibido muchas propuestas, por lo que resulta difícil seleccionarlas, ya que todas son válidas, por ello, elegiré las que, a mi juicio, pueden representar las recibidas.



Las siete virtudes del gobernante no pueden jerarquizarse, puesto que su importancia está a la misma altura, pero como algún orden ha de seguirse, reflexionemos sobre la HONRADEZ.



Más que real o aparente ineficiencia de los gobernantes, más que la pose de infalibilidad que algunos se asignan, más que los posibles errores en las decisiones, más que el afán de protagonismo o la vocación turística, más que el estilo autoritario o la debilidad en el ejercicio del poder, más que cualquier otro motivo de reclamo, la falta de honradez de algunos de nuestros gobernantes es lo que más ha lastimado a los mexicanos.



La carencia de honradez o, para decirlo de otra forma, la corrupción, daña profundamente no sólo porque afecta al erario, dinero común, dinero de todos, sino porque agrede y traiciona la confianza, pilar de toda relación social. Tan arraigada está esta agresión en la conciencia nacional, que nos ha llevado a la pasividad y al desencanto, ya que frecuentemente escuchamos a alguien decir respecto al gobernante entrante: nos conformamos con que no robe mucho. Perdonada la falta, lo único que se temía era el exceso.



La expresión es reveladora y vergonzante. La fatalidad de la corrupción por encima de la posibilidad de evitarla o castigarla. La resignación sustituyendo a la indignación. Pasivos, espectadores silenciosos, todos hemos sido testigos, y cómplices, de la tragicomedia.



Primer acto: personajes sin antecedente de riqueza, se hacen de un espacio en el gobierno, entre más alto, mejor; segundo acto: los personajes negocian, arreglan, venden, traicionan, trafican con influencias, exigen, suman montos insólitos en su haber secreto, efectivo y propiedades al bolsillo; tercer acto: los personajes, antes escasos de bienes y recursos, se despiden de su período de abundancia repentina y se prepararán para saltar al siguiente cargo, teniendo en sus haberes incontables y múltiples propiedades, cuentas bancarias, y lo más usual, nombres prestados para "ocultar" las huellas.



Pero ni la felicidad ni la riqueza pueden ocultarse: los espectadores han de presenciar la obra que no termina nunca y asombrarse de la opulencia construida en unos meses, unos años, instantes generosos de negocios en las sombras.



Esos recursos debieron haber sido devueltos a los ciudadanos en obras públicas, escuelas, hospitales, seguridad, servicios, pero han quedado atrapados en la ambición de unos cuantos. El lenguaje sabe decirlo bien: han sido robados, saqueados, exprimidos por el gobernante y sus cómplices.



La virtud de la honradez se construye desde la infancia. Ya decía Napoleón que la educación de un hijo empieza veinte años antes de que nazca. El gobernante que alcanza su posición sin una clara conciencia del valor de la confianza que se deposita en él, suele extraviar el rumbo, sustituir la visión del bien común por el interés personal, y suele perder la perspectiva del dinero: ve el presupuesto y lo siente propio, como propio lo ejerce y a cada instante se oye el sonido del robo en el bolsillo.



Más extremo, desde luego, es aquel que no puede argumentar extravío porque desde que se propuso llegar sabía para qué quería el puesto. La honradez es virtud innegociable e inexcusable. En el ejercicio del gobierno, alguien puede equivocarse, decidir erróneamente, dudar o precipitarse; no es deseable, pero es comprensible. Pero robar (y no hay por qué buscar otra palabra más fina) es inaceptable. No hay justificación posible, aunque algunos intenten disfrazar o diluir el robo.



Sólo hay dos motivos por los que alguien no delinque cuando la tentación se presenta: o por principios o por temor. Los principios corresponden al orden de la virtud; el temor, al de la sobrevivencia.



Cuando los principios no operan, deben establecerse los controles. Una sociedad saturada de controles, a veces inoperantes, revela la profundidad de su descomposición. México disputa lugares relevantes en la lista de la corrupción.



Podrá alguien decir que la corrupción es una actividad que llegó para quedarse, así lo dice la historia, pero esto es falso. Si no se puede cortar el problema de raíz, sí existen medidas de fondo que ayudarían mucho si demandamos medidas concretas.



En mi siguiente colaboración propondré cuál puede una de estas medidas y veremos cómo está al alcance de nuestras manos y es factible de realizar… lo que necesitamos es participar, participar y participar, no importa la trinchera.


Imágenes:
http://www.peopleplus.com.mx/shake.jpg
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/
http://www.uv.es/entresiglos/