4 de octubre de 2010

Aires de vendetta

Por VLADDO


No soy nada original al decir que muchas veces es más perjudicial una victoria que una derrota. Y eso es lo que parece estar ocurriendo con muchos colombianos por efecto de los golpes que las Fuerzas Militares le han asestado en tiempos recientes a las FARC. Desde el bombardeo en el que fue abatido Raúl Reyes hace poco más de dos años, hasta la muerte en similares circunstancias del Mono Jojoy, hemos visto un despliegue de triunfalismo combinado con una sevicia que causa vergüenza.

Las manifestaciones de regocijo por la muerte cruenta de que han sido víctimas varios líderes del mencionado grupo guerrillero van desde los aplausos y sonrisas de muchos colombianos de a pie, hasta las declaraciones destempladas de altos funcionarios del Gobierno, pasando por los comentarios vulgares en Internet y los desatinados comentarios de periodistas y supuestos líderes de opinión que no han hecho más que sacar a relucir las vetas más oscuras pero menos visibles de su intolerancia.

Cuando un individuo se levanta en armas contra un estado es previsible que esté dispuesto a morir por esa misma vía; eso es innegable. Por eso a mí no me sorprende mucho la caída de uno y otro de esos guerrilleros que prefirieron empuñar las armas, primero contra las autoridades y luego contra ese pueblo mismo al que supuestamente querían reivindicar. Y tanto Reyes como Jojoy (y los demás integrantes de las FARC, el ELN y otras organizaciones armadas), debían ser conscientes hasta el último momento de que así como podían matar a punta de bala, así mismo podrían caer, cosa que en efecto les sucedió. Sin embargo, ese trágico final, sumidos en el desprestigio y el desprecio de la sociedad, no debería producirle alborozo a nadie.

A mí no me causan alegría esas muertes, aunque debo reconocer que siento una gran tranquilidad al ver que ninguno de esos personajes podrá causar más daño. Sin embargo, no deja de indignarme el ambiente de fiesta que tantos compatriotas han querido imponer para ‘celebrar’ la muerte del Mono Jojoy. Esos actos no son dignos de un país que se vanagloria de su cristianismo. Tampoco estoy de acuerdo con la exhibición pública y el trato inhumano que las autoridades les dan a los cadáveres, presentándolos como presas de caza.

No se trata de desconocer los actos criminales de los comandantes de una guerrilla que ya no lucha por un ideal, ni de minimizar su conducta delictiva; no se pueden justificar las tomas de pueblos, la siembra de minas antipersona ni el secuestro, pero la sociedad tampoco puede caer en esa ola de entusiasmo con aires de vendetta que hemos presenciado a lo largo y ancho del país en la semana que acaba de pasar.

El hecho de que esos funestos personajes le hayan causado tanto mal a la sociedad no le da a nadie patente de corso para brindar con su sangre, en vana causa derramada.

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