13 de diciembre de 2007

Y el juez dictó sentencia...


La Otraparte de Fernando González

Fernando González con sus amigos en la finca de Otraparte

La noticia del juez indú que llamó a testificar a los dioses en un juicio por la propiedad de un terreno es simpática. Pero muchos años ha, nuestro singular filósofo colombiano, don Fernando González Ochoa, nacido en Envigado (Antioquia), en 1895 y fallecido 69 años después, bajo condiciones de mucho riesgo para su época, fue protagonista de infinidad de anécdotas. Algunas tergiversadas en cuanto a los personajes pero fieles a sus situaciones esenciales.

Al parecer, siendo juez en Yarumal, tuvo que resolver un litigio por heredad bastante singular. Se trató de un terrateniente, poseedor de extensas propiedades y una prole no menos numerosa, angustiado por el paso definitivo al más allá, pero muy "convenientemente" asesorado por el cura del pueblo. Como bálsamo de sus pecados decidió, si no comprar la gloria al menos agenciarse un buen lugar y una sustanciosa rebaja de los castigos que correspondían a sus pecados.


Fernando González
El joven filósofo

Con tal fin aplicó los consejos del curita de misa y olla, y en su testamento dejó todas sus heredades a "Las benditas ánimas del purgatorio". De paso acomodó a toda su familia en un infierno de miseria. Así que, no bien cerró capoteras el benefactor de las Ánimas, se presentó el cura a reclamar los bienes de aquellas. Pero los hijos y la viuda se negaron a entregarlas por cuanto habían trabajado toda su vida en dichas propiedades y no era justo que terminaran en la inopia. El sacerdote, más preocupado por suavizar las penas de las ánimas del purgatorio que por la justicia terrenal, inició juicio contra los descendientes del generoso finado, con el fin de arrojarlos de las propiedades. Y llegó con su demanda al juzgado a cargo de Fernando González.

Éste, como un Salomón moderno, escuchó los argumentos de los litigantes, los estudió con gran cuidado, fijó la fecha del juicio, citó a las partes y les leyó el veredicto. La alegría del cura cuando oyó que en efecto se respetaba la decisión del muerto asignando los bienes a las benditas ánimas del purgatorio escasamente la disimulaba mientras se frotaba las manos con fruición. A la vez, los herederos se sentían burlados por la ley y ya buscaban la salida del juzgado.

Mientras, el juez siguió con su sentencia. Y puso una condición para su ejecución. Los bienes del muerto serían administrados, y tendrían el usufructo de los mismos, por los herederos del finado, hasta cuando hicieran su presencia en el juzgado, en persona, las "Benditas ánimas del purgatorio", únicas propietarias de los bienes.

Para no alargar la historia, el cura, que se sintió burlado, excomulgó al Juez; los familiares siguieron al frente de las riquezas; y, cuentan algunos dicharacheros paisas con picardía, que Don Temístocles García ganó el cielo, pues no era su culpa el que las ánimas del purgatorio no pudieran hacer uso de sus bienes terrenales.

Así me lo contaron. Así lo cuento. Y no respondo de la exactitud total de los hechos, pero sí de la esencia de los mismos.

Ilustraciones tomadas de: http://www.otraparte.org/

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchos saludos, muy interesante el post, espero que sigas actualizandolo!