Por: Koestler
Parodiando la frase de Hammlet, en Colombia tenemos una situación similar. Cualquiera de las dos opciones tiene un costo. El quid está en determinar cuál puede ser el menor. Y con cuál se obtienen más beneficios para la población. La decisión se dificulta porque simultáneamente existe otra dimensión: la de quienes se enriquecen más con la guerra.
Ser o no ser...
Si se llega a un intercambio humanitario, además de los secuestrados y sus familias, indudablemente una gran parte de la población se sentirá mejor, pues la sensación de seguridad y la apertura a una nueva esperanza galvanizaría los espíritus y daría ímpetus a la inversión y a la creatividad. Eso es indudable.
Pero, y ahí está un serio inconveniente, la guerra conlleva compra de armas, tráfico de influencias, oportunidades delincuenciales como el narcotráfico, la corrupción, de muchas maneras. Es un festín en el que se sacian unos pocos. Y con bastante.
... y qué banquete...
Por ejemplo: ¿en la negociación de 1600 millones de dólares para compras de armas que se hará este año, cuánto hay de coimas? ¿Será menos del 10 por ciento? Se supone que se dobla la cifra. Pero si fuera un mero diez por ciento, en pesos colombianos equivale a $320.000.000.000 (¡trescientos veinte mil millones de pesos!). Una cifra que le despierta la ambición a más de un guerrerista. ¡Huy: 160 millones de dólares!
El perro baila por la plata...
Y nosotros pagaremos los platos rotos del banquete...
Imágenes: www.sibirien-web.de; weblogs.clarin.com;
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