Opinión |27 Mar 2011
Composición del PIB refleja estructura de los últimos 20 años
Por: Eduardo Sarmiento
De acuerdo con el reporte oficial, la economía creció 4,3% en el 2010. La cifra es una fracción de las proyecciones oficiales y corresponde al promedio de los últimos diez años.
La composición del producto nacional refleja la estructura económica de los últimos veinte años y las prioridades no explícitas en el plan de desarrollo. La producción industrial creció 4,9% y si se le resta el aumento de las materias primas importadas, el valor agregado apenas llega a 3%, al tiempo que la agricultura continuo estancada en cero. La dinámica de la economía se origina en la minería y petróleo. El resto de la actividad proviene de los servicios que representan el 60% del producto nacional.
Desde hace veinte años la economía ha estado expuesta al desmonte arancelario la revaluación del tipo de cambio y estímulos a la inversión extranjera que han elevado la rentabilidad de las actividades intensivas en recursos minerales con respecto al resto han propiciado la adquisición de las materias primas y bienes finales en el exterior. En consecuencia, florecieron el petróleo y la minería que no generan empleo y se fortalecieron los servicios que se caracterizan por la baja productividad y bajos salarios. La industria y la agricultura, que constituyen las actividades con mayor potencial de productividad y empleo bien remunerado, se relegaron a tercer plano.
No menos diciente es la composición de la demanda. Mientras el consumo crece 4%, la inversión en capital 6% y las exportaciones 2%, las importaciones lo hacen al 16%. Prácticamente todo el aumento del gasto esta representado en compras externas. La contribución del valor agregado nacional y el empleo es de orden menor.
Curiosamente, los más sorprendidos con el comportamiento descrito son sus gestores y promotores, que han girado alrededor de una teoría equivocada.
Dieron por hecho que la inversión extranjera y la libertad comercial se encargarían de modernizar y empujar el crecimiento económico. De un lado, la entrada de capitales ampliaría la capitalización y las importaciones incorporarían el avance tecnológico, y de otro lado, el intercambio comercial, en virtud de las ventajas comparativas elevaría la productividad de la mano de obra. Así, la industria y la agricultura progresarían en forma acelerada ofreciendo oportunidades de empleo bien remunerado a la fuerza de trabajo.
La realidad resultó muy distinta. La participación de los dos sectores en el PIB ha venido descendiendo sistemáticamente. En la actualidad, apenas representan el 22%. Se configuró la clásica enfermedad holandesa en la cual el gasto se realiza en el exterior y las actividades transables de alto valor agregado se marchitan.
El panorama no se vislumbra diferente para el año en curso. La estructura productiva a favor de la minería y los servicios se acentuará por la política monetaria que le da prioridad a la inflación sobre cualquier otro objetivo y por el abierto compromiso del Gobierno con la inversión extranjera, el libre mercado y los acuerdos de libre comercio. No es posible crecer a tasas más altas lideradas por la minería, los servicios, e incluso la infraestructura física.
Es precisamente lo que se observa en los indicadores disponibles del primer trimestre. En enero el empleo y el consumo de energía descendieron con respecto a los meses anteriores, y las importaciones crecieron 40%.
No hay espacio para el valor agregado de la industria y la agricultura. Y mientras persistan esas condiciones, el producto nacional crecerá por debajo de las posibilidades reales y no generará empleo formal.
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