Suena absurdo que en la más plena modernidad tengan que considerarse las opciones de la guerra, y menos que se haga en función de la supervivencia. Absurdo, cuando existe la ONU, la que se construyó para impedir las guerras. Pero la experiencia dice lo contrario. Tan pomposa organización es más una toalla higiénica en política que una institución respetada. La experiencia con Irak así lo comprueba, y nadie debe llamarse a engaño. Menos ahora que se volvió una caja de resonancia de los amos imperiales, de las hordas celestiales de la guerra santa.
Irán tiene ante sí una gran disyuntiva: armarse, desarrollarse tecnológicamente o perecer. No por la defensa de una “revolución” de corte fundamentalista, sino por el elemental derecho a ocupar un espacio en el concierto de las naciones, con independencia en la construcción de su destino. De muy poco vale su legendario pasado, su riqueza histórica. Es sólo una presa muy codiciada: por su petróleo, por lo que significa geopolíticamente, porque es una posición ideológica no compartida por las fuerzas económicas y militares dominantes.
Para garantizar su independencia energética tiene ante sí la urgencia de fortalecer la tecnología nuclear existente, y avanzar igualmente en el campo de la fisión nuclear. Y como arma, al igual que a las naciones carentes de ejércitos poderosos, le toca la investigación en áreas como la biología, genética y otras ramas del saber que le permitan participar en una nueva “detente”, que no sea monopolio de las naciones poderosas de hoy. Esta visto que únicamente se respeta a los que están armados y son fuertes. Basta mirar los ejemplos de Grenada, Panamá, Irak, para no abundar en ejemplos.
Al fin y al cabo los países imperiales no tienen amigos, sólo tienen intereses.
Imágenes: Onu, Gob de Irán
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